• ‘Barco de papel’ en las turbulentas aguas de Sinaloa

  • Crónica

Ismael Bojórquez. Periodista sinaloense, director y cofundador del semanario Ríodoce. (Alex Roa)

¿Para qué un suplemento cultural en tiempos de locura? Porque la sociedad necesita estos refugios, profundamente creativos y humanistas en medio de tanta violencia.

Habían pasado cinco años desde el culiacanazo, tras el intento frustrado de detener a Ovidio Guzmán, el hijo del chapo. Poco a poco se fue llenando el recinto. Viejos amigos como el ex diputado José Antonio Ríos Rojo y el narrador Élmer Mendoza hicieron su aparición entre muestras de afecto de la gente. El 19 de junio de 2024, el semanario Riodoce lanzaba su suplemento cultural Barco de papel, impreso y en línea. Allí estábamos para comentar el acontecimiento el director del semanario Ismael Bojórquez, el sociólogo cultural José Manuel Valenzuela Arce, la historiadora Liliana Plascencia y yo. El número estaba dedicado al periodismo cultural y aparecía un artículo de Valenzuela Arce sobre su libro Los corridos tumbados, que al día siguiente presentábamos en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). Ismael Bojórquez abría los comentarios recordando el crimen de su colega y cofundador de Riodoce, Javier Valdez, con quien existía el pacto de no callar ante el silencio cómplice. Con su equipo: Roxana Vivanco, Guillermo Bojórquez y Azucena Manjarrez había decidido botar un sueño de papel como acto de resistencia ante la barbarie y el miedo; un barquito de papel, dijo, como la canción de Joan Manuel Serrat en tiempos franquistas del prohibido soñar.

Así nació el disimulo

Para quienes conocimos el Culiacán de los años ochenta y noventa, esta es una de las ciudades del país que ha sufrido una de las transformaciones más radicales. Al mismo tiempo, muchos de los poblados sinaloenses se urbanizaron aceleradamente y embellecieron sus fachadas, pero Culiacán muestra aspiraciones de convertirse en una moderna metrópolis. Juan Carlos Ayala, filósofo e investigador de la UAS, es uno de los violentólogos más informados en el país, con más experiencia de campo y un académico que nunca ha renunciado a sus orígenes. En San Ignacio lo conocen desde niño y mantiene aún lazos con sus paisanos. Uno lo ve moverse entre ellos con una familiaridad entrañable. Es, al mismo tiempo, un surtidor de historias de personajes locales y un estudioso de la narcocultura, cuyas reglas criminales de no matar mujeres y niños, de no tocar a las familias de la mafia se rompieron y comenzó una carnicería que luego fue controlada por el Chapo Guzmán y el Mayo Zambada, y que ahora se ha vuelto a romper abriendo la puerta a una guerra entre las dos principales facciones del Cartel de Sinaloa.

Rubén Rocha Moya, actual gobernador del estado, en su libro El disimulo. Así nació el narco (Granises, 2013) narra con ánimo de ficción la realidad cultural y económica de la región. Primero en un ambiente de penurias y privaciones rurales, luego en el cambio de perspectivas del pueblo: Chepederas, que no es otro que Badiraguato. Los protagonistas se dividen entre los que se mueven por el camino de la violencia y el crimen y quienes ven un porvenir de paz en el estudio y la ciencia. Todos se conocen y se respetan, pero caminan por rumbos diferentes. En la vida real, el municipio de Badiraguato es cuna de personajes contrastantes: el Chapo Guzmán, Don Neto, Caro Quintero, los Beltrán Leyva, Juan José Esparragoza, El Azul, Miguel Ángel Gallardo y por otro lado figuras como Héctor Melesio Cuén, ex rector de la UAS, político y empresario asesinado en 2024, Rubén Rocha Moya, ex dirigente estudiantil que encabezó la Federación Nacional de Normales Rurales, ex rector de la UAS y ahora gobernador, el escritor César López Cuadras, el historiador Héctor R. Olea, el escritor Óscar Lara Salazar y la artista escénica Rosalba Salazar Mendoza.

En su libro de ficción, Rocha destaca el papel del ejército en el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos, porque recibían jugosas mordidas que los sinaloenses conocen como “el disimulo”. El disimulo se convierte en una gestualidad que la propia sociedad ejerce y asume en beneficio propio. A tal grado que no son los representantes de la justicia, ni la policía, ni el ejército quienes mantienen un equilibrio en la convivencia y la bonanza, sino la mafia. El crimen organizado sustituye las funciones del Estado. En su libro, Rocha Moya ve como inevitable la caída del imperio de las drogas y la modesta, pero sana, construcción de un futuro basado en la educación y el amor por la comunidad.

Corridos tumbados y los Tigres del Norte

La noche de Los corridos tumbados fue un acto con salón a tope y unos chicos que abrieron el acto con una muestra musical del género. Leímos nuestros textos y el autor, José Manuel Valenzuela Arce, dictó literalmente una cátedra en la materia. Anunciaba, como el propio libro, una secuencia: Morras tumbadas, que es el fenómeno emergente en el que las chicas, sobre todo de los estados fronterizos de México y de algunas residentes y nativas de los Estados Unidos, han mostrado variantes en los contenidos de las canciones, alejándose de la apología del narco y reflejando más las problemáticas de las mujeres de ambos lados de la frontera. La presentación remató con varios corridos tumbados que hacían que el público deseara quedarse más tiempo disfrutando el aire acondicionado y no salir al calor intenso de la noche.

Cuando llegamos a casa de Juan Carlos Ayala, el grupo de su hijo preparaba ya los instrumentos musicales para continuar interpretando corridos tumbados y estrenando algunos de su propia inspiración. Ismael Bojórquez tenía la parrilla al rojo vivo y la carne lista para asar. Esa noche, por iniciativa de Valenzuela Arce, decidimos ir a conocer, al día siguiente, el Museo de los Tigres del Norte, en Mocorito.

Cuando salimos de Culiacán vimos motociclistas apostados a cada cierta distancia. “Halcones, son halcones”, nos dijo Juan Carlos con mucha naturalidad. Valenzuela preguntó si no estábamos entrando en territorio apache y si no sería mejor devolvernos. “Para nada —insistió Ayala—, por el contrario, ellos hacen más seguro el viaje. Si ven algo raro ya nos enteraremos qué les causa extrañeza”. Una carretera cómoda y bien cuidada nos condujo hasta Mocorito —cabecera municipal de la tierra donde nació Arnoldo Martínez Verdugo (Pericos), legendario líder de izquierda y dirigente del Partido Comunista Mexicano—. Hacía muchos años que había ido con Antonio Coronado, de tan entrañable memoria y antes de que inventara Navachiste, porque deseaba llevarme a Guamúchil a comer comida china. Eran pueblos heridos por la pobreza y el atraso. Mocorito, como Guamúchil, ya no, son lugares urbanizados y coloridos, limpios, luminosos. Luego de pagar los boletos en la taquilla, nos vino a recibir un chico que al parecer era el encargado del recinto. Todos los empleados, mujeres y hombres jóvenes, vestían de negro, como el museo, que parece más una sala cinematográfica que otra cosa. Nos hicimos fotografías en las marquesinas que anuncian los principales éxitos del grupo e interactuamos con la tecnología que despliega la discografía. El muchacho, que parecía ser el encargado, se nos agregó para contarnos anécdotas que no aparecen en la biografía de los músicos, pero respondían a nuestra curiosidad. Al final descendimos por un elevador que une la planta baja con la planta alta del edificio: es de un solo piso. La velocidad con la que abren y cierran sus puertas compite en lentitud con la que sube y baja el ascensor. Una familia en la planta escuchaba la canción emblemática de los Tigres: Jefe de Jefes. “Soy el jefe de jefes, señores, / y decirlo no es por presunción. / Muchos grandes me piden favores / porque saben que soy el mejor. / Han buscado la sombra del árbol / para que no les dé duro el sol”.

Badiraguato es un pueblo con todas las comodidades de una ciudad pequeña. Mientras caminábamos por la explanada que enmarca la enorme estatua de San Judas Tadeo —28 metros de altura desde la base—, pensaba cómo el pueblo sinaloense está ligado a símbolos sincréticos de lo sacro y lo profano, puede ser la imagen de Malverde, el cementerio Jardines del Humaya, donde descansan los restos de Lamberto Quintero y se levantan criptas y edificios de proporciones monumentales, con derroche de lujo y extravagancias que veneran la muerte violenta, la muerte joven. Como escribía Yukio Mishima, las rosas tronchadas en el esplendor de la belleza. Una urbe funeral sin parangón en el país y quizá en todo el continente.

No es casual que un cantante como Chalino Sánchez, pistolero en su juventud e intérprete de corridos y canciones regionales, sea una leyenda. Recuerdo un año después de su muerte, en 1992, en la casa de un amigo de la UAS, la señora del aseo me reprochó que yo ignorara quién era Chalino. “Es tanto o más importante que Pedro Infante, el ídolo de Guamúchil”, me echó en cara.

Justo salíamos de un restaurante chino de Guamúchil cuando Juan Carlos Ayala comenzó a silbar y a cantar “Las nieves de enero”, una canción emblemática de Chalino Sánchez, quien había retornado a Culiacán en 1992, consciente de estar bajo peligro de muerte. Entre las versiones de su asesinato, Ayala tiene la suya, una que le contó una persona cercana al ídolo: “Lo sacaron del concierto y se lo llevaron a las afueras de Culiacán. Al pasar un puente, Chalino, muy entero, les pidió a los sicarios que dejaran libre a su hermano, pues la cosa no era con él. Y los matones le concedieron la petición. Hasta para los asesinos es difícil matar a quien iras. Chalino apareció atado de pies y manos, con una venda en los ojos. Le habían dado el tiro de gracia. Hace más de 30 años del asesinato y el caso sigue abierto, pero no se conoce a los culpables. Con la muerte del ídolo nace la leyenda”.

Un buque de paz

Ejemplares de Barco de papel. (Especial)
Ejemplares de Barco de papel. (Especial)

Cuando fuimos a celebrar el primer número de Barco de papel en la marisquería “El Jacobo” y luego pasamos la tarde escuchando rock de los setenta y ochenta en “El guayabo”, con la banda Cow Fish y el vocalista que se parece a Orson Wells con paliacate rojo atado a la cabeza, todo parecía responder a la lógica de una ciudad en auge económico y orgullosa de su crecimiento urbano. Ismael, bebedor, conversador, agudo e irreverente, no perdía la sed de preguntar y provocar intercambios de opiniones. Por eso me atreví a interrogarlo, cuando nos llevaba al hotel, sobre cómo podía andar tan campante, sin escolta, cuando su semanario daba cuenta de la violenta realidad sinaloense, y sobre todo tras la muerte de su colega y amigo el 15 de mayo del 2017. “Javier estaba obsesionado con la muerte y pensaba que tarde o temprano nos matarían a uno de los dos. Luego de su asesinato, me ofrecieron custodia, claro, pero si te quieren asesinar lo harán, y si no pueden irán por tu familia. Entonces, toca vivir en libertad, disfrutar la vida, y evitar que, por culpa de uno, hagan daño a los inocentes. No nacimos para el silencio, como dice siempre Cayetano Osuna, otro de los fundadores del semanario”.

A mediados de mayo recibí una llamada de Ismael para avisarme que andaba en la Ciudad de México y deseaba que nos viéramos para pensar en el número de aniversario de Barco de papel. El más reciente fue dedicado a Pedro Páramo, no a Juan Rulfo, sino al personaje. Pero en la conversación fue inevitable referirnos a la situación actual, a la parálisis comercial, aunque afirma que El guayabo continúa abierto hasta horas prudentes, pues el temor a ser despojado del auto o de las pertenencias, a ser secuestrado o desaparecido hace que la gente no salga y Culiacán luzca como una ciudad fantasma por las noches. La entrega del Mayo Zambada a las autoridades estadunidenses, en septiembre pasado, y el asesinato de Héctor Melesio Cuén, quien también fue presidente municipal de Culiacán, rompió el equilibrio social y dio inicio a una guerra de facciones. “El crecimiento y profundización del narcotráfico no puede explicarse sin la colusión con el gobierno —afirma el periodista—. Pero la sociedad también ha sido parte de esta expansión del fenómeno; hemos sido omisos, consentimos de muchas formas al narco, cohabitamos con él. Nos quejamos, pero no nos atrevemos a mirarnos en el espejo”.

Pero entonces ¿cómo surgió la idea de fundar un semanario en el 2003, con una línea de denuncia en un medio de alto riesgo? Ismael narra que fue un impulso periodístico inspirado en la revista Proceso de Julio Scherer. “El eje central de nuestra línea editorial eran la investigación y la crítica, la libertad para investigar y publicar —comenta Ismael—. El tema del narco no lo teníamos contemplado pero se impuso. Por aquellos años los cárteles de la droga crecieron y se extendieron de forma descomunal. Teníamos que cubrirlo, sin embargo, tiramos algunas líneas editoriales básicas, por ejemplo, no meternos con sus familias, no entrevistar grandes capos, revisar línea por línea lo que íbamos a publicar. Al final terminamos publicando casi nada de lo que conocíamos por seguridad del equipo. Los niveles de autocensura en este tema han sido siempre brutales”.

Pero la vida sigue y la UAS es aún territorio de reflexión y de esperanza. Juan Carlos Ayala está dispuesto a retomar el congreso de filosofía sobre la violencia, que se suspendió el año pasado por el fuego cruzado entre la chapiza y la mayiza. El historiador y pintor Carlos Maciel coordina uno de los proyectos culturales más ambiciosos del noroeste mexicano: el Complejo Cultural Universitario, no solo como intervención del edificio central de la UAS, sino como un cuarto pilar de desarrollo sostenible. La escultora y promotora cultural Rosa María Robles ha convertido el edificio “La Aurora”, antiguo ingenio azucarero del siglo XIX, en la Fábrica de Artes La Aurora. Por iniciativa propia programa conciertos, obras de teatro, exposiciones. Élmer Mendoza sostiene sus giras por la capital y el estado para promover la lectura y enseñarle a los jóvenes otras formas de pensar e imaginar la vida que no sean las de delinquir, morir o matar.

“Alguna vez leí que solo el dos por ciento de las personas que compran periódicos lo hacen por sus contenidos culturales —responde el director de Barco de Papel ante la pregunta de ¿para qué un suplemento cultural en tiempos de locura?—. Más loco todavía. Decidimos hacer el suplemento porque estamos seguros de que la sociedad necesita estos refugios en medio de tanta violencia y tanta corrupción; queremos ser, además, plataforma, espacio para los creadores como lo fueron siempre los grandes suplementos culturales, casi inexistentes ahora. Estamos cumpliendo un año con Barco de papel y vamos por muchos más; tenemos el apoyo de muchos creadores y críticos sinaloenses y del país. Eso es vital para mantener el ánimo. ¿Miedo? Siempre hemos tenido miedo, el tema es cómo lo istras. Desde que nació Ríodoce conocíamos los riesgos y siempre hablamos del tema en la redacción, pero haces un compromiso y tienes que cumplirlo, somos o no. Claro que tomamos algunas medidas, tiramos ciertas líneas, aunque estas son siempre muy delgadas, de pronto no las ves y las cruzas… y ¡pum!, estalla la granada”.

AQ

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