Suscríbete al newsletter "Tinta y voz" para recibir más contenido como éste.
A los siete años, Jazmina Barrera redactó el texto más breve de su carrera. En un papel diminuto, escribió una nota con la seguridad de quien intuye que está sellando un pacto. Escribió: “Que no se te olvide cómo era ser una niña”. Hay quienes lanzan botellas al mar. Barrera optó por la papelería miniatura.
El gesto —mitad conjuro, mitad súplica— resultó premonitorio. Años más tarde, Jazmina recordaría la anécdota a propósito de Cinco miradas sobre la infancia (Gris Tormenta, 2025), un libro que se aproxima a esa etapa con curiosidad y asombro. La selección es tan personal como una estantería sin orden aparente que, no obstante, está llena de sentido para quien la ha ordenado: J. M. Barrie, Emma Reyes, Verónica Murguía, Jean-Paul Sartre, Helen DeWitt. Nombres que, al primer vistazo, no compartirían una sobremesa, pero que aquí parecen dilatados compañeros de habitación.
Con Jazmina Barrera hablé sobre lectura, memoria, crianza y escritura. Conversamos también sobre la forma en que ciertos libros resuenan con nuestra experiencia más temprana y la posibilidad de que leer también sea una forma de volver —aunque sea un poco— a lo que fuimos.
- Te recomendamos Marina Azahua: “Crear también es un acto de destrucción” Laberinto

Cinco miradas sobre la infancia es un libro que, más allá de su tema central, está atravesado por tu experiencia como lectora. ¿Cuál fue el papel de la lectura en este libro?
La colección 'Cinco miradas' de Gris Tormenta tiene como propuesta que lectores o lectoras apasionados hagan una selección a partir de un tema, pero no desde un lugar académico o teórico, sino desde el entusiasmo, desde el gusto lector. Eso fue lo que me pidieron: una elección intuitiva, desde la pasión. Cuando me invitaron a participar, pensé en textos que ya llevaba tiempo amando.
Me di cuenta de que cada uno propone una manera distinta de acercarse a la infancia. Uno de esos modos es la literatura infantil, como en el caso de 'Peter Pan', que es un intento de diálogo con la niñez: queremos entretener, comunicar, jugar. Otro modo es la memoria, que aparece en tres textos de la selección: el de Verónica Murguía, las cartas de Emma Reyes, y el texto autobiográfico de Sartre.
Después está la crianza, la relación directa con niños, como se muestra en el fragmento de Helen DeWitt. Ese capítulo me parece de los retratos más fieles, conmovedores y divertidos de lo que es interactuar con un niño. Y finalmente, está la ficción pura, donde se crean personajes infantiles y nos sumergimos en su mirada, como ocurre también en Peter Pan o en el libro de Emma Reyes.
¿Pensar la infancia desde la escritura implica, de algún modo, un proceso de duelo?
Sí... y no. Porque si algo queda claro en estos textos es que la infancia puede ser maravillosa, pero también muy dura. El texto de 'Peter Pan' habla justo de ese momento en el que uno se da cuenta de que va a crecer, y de todo lo que eso implica: las cosas que dejamos atrás, o que cambian de forma. La imaginación, el pensamiento mágico, esa forma de ver el mundo... todo eso se transforma.
Pero también está el otro lado: los miedos. Yo nunca he tenido miedos tan intensos como los que sentí en la infancia. Las pesadillas, las angustias nocturnas... Recuerdo escenas dolorosas con una nitidez brutal. Porque los niños tienen una gran memoria, todo queda muy marcado. Algo que hoy me parecería trivial, como ver el tráiler de una película de terror, a los cinco años me provocó ataques de pánico por mucho tiempo.

En algún ensayo, bell hooks describe a la infancia como un territorio de vulnerabilidad dentro del orden doméstico. Esa mirada contrasta con la nostalgia con la que solemos evocarla...
Totalmente. Pensamos que la infancia es una época idílica, pero también es una etapa en la que uno está sometido a muchas reglas, muchas órdenes, sin posibilidad de decidir. Imagínate que te estén diciendo todo el día qué hacer... ¡qué horror! Aunque ahora intentamos hacerlo distinto, con más respeto y conciencia, igual hay que decir: lávate los dientes, ponte los zapatos.
¿Crees que la crianza, sobre todo en los primeros años, renueva tu creatividad de alguna manera?
Por supuesto. Y es algo que no se dice mucho, como si la crianza fuera lo contrario de la vida intelectual o creativa. Pero para mí ha sido una de las experiencias más estimulantes. Ver cómo los niños adquieren el lenguaje, cómo desarman y reconstruyen las reglas... eso te transforma. Te obliga a repensar todo, a explicarlo, a redescubrirlo. Y eso alimenta la escritura.
En la presentación del libro escribes: "Nos borramos para volver a empezar". Me parece una frase brutal cuando se piensa en esos primeros años, en los que uno descubre el mundo por primera vez. ¿La escritura y la lectura son formas de regresar, aunque sea un poco, a esa otra vida?
Claro. La infancia es uno de los grandes misterios de la existencia. Casi no recordamos nuestros primeros años. Dicen que los recuerdos empiezan a fijarse con más claridad a partir de los siete, y antes de eso todo es una especie de bruma.
Ese misterio es fuente de ficción, de exploración, de creación. Yo he tenido recuerdos que creía perdidos que me han vuelto gracias a la lectura. Leer puede ser una manera de volver a ser esa otra persona, aunque sea por un momento.
En casa compartes la crianza con alguien que también ha escrito mucho sobre la infancia. ¿Surgen ahí diálogos, miradas distintas, maneras diversas de pensar la infancia?
Sí. En Chile (país de origen de Alejandro Zambra), por ejemplo, a los bebés les dicen “guagua”. Ahí ya hay una diferencia enorme. Venimos de contextos muy distintos: él creció en dictadura, yo en las afueras de Ciudad de México. Sus padres eran más bien hippies; los míos, no tanto.
Y sin embargo, hay muchas afinidades: en valores, en gustos, en formas de mirar. Eso ha hecho que el diálogo sea muy enriquecedor. La crianza es una cadena de decisiones constantes. Y muchas veces hay que elegir si repetir lo que viviste o hacerlo distinto. En nuestro caso, esas decisiones nos han llevado a muchos acuerdos. Por ejemplo, él fue a escuelas más tradicionales, yo a escuelas alternativas, y decidimos que nuestro hijo vaya a una escuela parecida a la mía.
¿Crees que la literatura puede ofrecer algún tipo de conocimiento aplicable a la vida? ¿Algo que se pueda aprender para luego poner en práctica?
Seguramente sí, pero no sabría decir exactamente qué. Creo que es algo más bien inconsciente. En la literatura infantil, por ejemplo, cuando la intención didáctica es demasiado evidente, el libro pierde fuerza. Mis libros favoritos para niños son los que arriesgan más, que se atreven con el lenguaje, con el humor, con el formato. Ahí hay muchas posibilidades.
Este libro, como toda la colección de Gris Tormenta, parece proponer una conversación de lector a lector. ¿Pensaste en eso al hacer la selección?
Sí, lo pensé como una especie de degustación. En el mejor de los casos, quien lea este libro se sentirá tentado a ir a leer la novela completa de Helen DeWitt, o a volver a leer 'Peter Pan', o a descubrir a Verónica Murguía. Ese sería el mejor resultado: que el libro abra puertas.
ÁSS