Después de recomprar sus grabaciones maestras, la superestrella dice que no tiene planes de terminar de rehacer su sexto álbum, el más ingenioso, impactante y arriesgado hasta la fecha.
Reputation, la alborotada y astuta obra de 2017 de Taylor Swift sobre la exasperación y la recriminación seguidas del florecimiento del amor, es, dentro de un abundante catálogo de álbumes muy buenos, el mejor.
Es profunda y confusamente eficaz —siniestro e hilarante y casi alegre en su crueldad— y también un lanzamiento experimental de una superestrella que hasta entonces había evitado en gran medida el riesgo formal.
Reputation rompió todas las fórmulas de Swift, transformándola de prodigio subestimado que tomaba cada victoria como una sorpresa inesperada a estrella del pop dispuesta a jugar en el barro (y a arrojarlo contra sus enemigos).
Puede que no sea su trabajo más representativo, pero demuestra su versatilidad y su capacidad para comprometerse con el sonido predominante del momento, y revela un rugido que antes había pasado desapercibido.
El viernes pasado, Swift anunció que no haría una nueva grabación de Reputation para unirse a sus Taylor’s Version de Fearless, Speak Now, Red y 1989. Estos lanzamientos son el resultado de una larga batalla sobre la propiedad de las grabaciones maestras de sus seis primeros álbumes.
Ahora Swift ha adquirido esos activos —en un acuerdo por valor de unos 360 millones de dólares, según Billboard—, por lo que ya no necesita producir una versión alternativa para desviar el interés de los fans de los originales. Lo que significa que ya no necesita manipular la memoria.
Los proyectos Taylor’s Version fueron curiosidades a gran escala, ahistóricas, que enturbiaban el lugar que los originales de Swift ocupaban en la conciencia pública. También implicaban, a la fuerza, que el arte original de Swift era de algún modo insuficiente. Y relegaron las grabaciones antiguas a la categoría de reliquias, en gran medida por motivos comerciales.
Sin embargo, lo que sí lograron fue evidenciar que para una artista con varias generaciones de fans, a cierto material antiguo le vendría bien una actualización y una reintroducción.
El éxito comercial y el éxito en los rankings de estos álbumes —su remake de 1989 tuvo una semana de estreno mayor que el original, el equivalente a 1 millón 653 mil ventas en Estados Unidos— parecía indicar que el trabajo antiguo, replanteado y reempaquetado, podía ser tan lucrativo como las canciones nuevas.
Pero no el ácido Reputation, que solo podía haber llegado en la intersección del agravio personal y el desdén público que Swift experimentó a mediados de la década de 2010, cuando su dominio estaba siendo atacado desde todos los flancos.
Ella era excelente pero también poco confiable, tremendamente popular y, sin embargo, de alguna manera la pintaban como una intrusa. Y estaban las tensiones con Kanye West (ahora Ye) y Kim Kardashian, entonces su esposa, tras un desacuerdo sobre cómo se refería a Swift en su canción “Famous”. El proyecto de Swift, que había brillado de forma relativamente pacífica durante varios años, se vio atacado.
Así que ella se defendió. Mientras sus álbumes anteriores ponían las historias privadas en una clave legible solo para los entendidos, Reputation es una explosión de animadversión y combatividad que presupone que los oyentes estarán tan familiarizados con los dramas de la vida real de Swift como con su música, si no más.
La tensión está en las letras y en la actitud (sobre todo en las canciones de Max Martin y Shellback). Fue el primer álbum de Swift que no se inclinaba hacia lo gentil. Antes, cuando se mostraba mordaz, transformaba su rabia en algo tranquilizador y reservado. Pero en Reputation, prácticamente puedes oír la espuma que sale de sus labios.

Swift incluso mató descaradamente a su antiguo yo:
“Lo siento, la antigua Taylor no puede ponerse al teléfono ahora mismo. ¿Por qué? ¡Porque está muerta!”, sigue siendo uno de sus momentos más divertidos.
Ese nivel de especificidad emocional hizo de Reputation un éxito audaz; rehacerlo no haría más que empeorarlo. Swift lo reconoció en la carta que publicó anunciando la adquisición de sus derechos.
“Transparencia total: ni siquiera he vuelto a grabar un 25 por ciento”, escribió.
“El álbum Reputation fue muy específico de esa época de mi vida, y cuando intentaba rehacerlo me topaba con un bloqueo. Todo ese desafío, ese anhelo de ser comprendida mientras me siento intencionadamente incomprendida, esa esperanza desesperada, ese gruñido y diablura nacidos de la vergüenza.
“Para ser sincera, es el único álbum de los 6 primeros que pensé que no podría mejorarse rehaciéndolo”.
Negarse a revisitar Reputation subraya tanto las limitaciones de la tecnología para recrear una obra de arte tangible como el respeto hacia su crudeza, que en su momento resultó divisiva. Reputation era un argumento de que los artistas debían tomarse los ataques como algo personal, y utilizarlos como combustible.
Casi suena como el producto de un desafío: tomar a Swift, una de las compositoras más cuidadosas de su época, y exponerla a una de las producciones más escabrosas del pop, tan desafiante que la obliga a ajustar su enfoque vocal y su tono.
Sacó de ella cosas maravillosas: el canto más rítmicamente sensible de su carrera en “Delicate” y “Dress”; quejas atractivamente airadas como “Look What You Made Me Do” y “This Is Why We Can’t Have Nice Things”; una celebración de quitarse el maquillaje del buen comportamiento y dejar las manchas a la vista de todos en “I Did Something Bad”.
La arrogante sensualidad de “Don’t Blame Me”, que no encaja del todo con el tono delicado de Swift, se convierte en una poderosa herramienta al final de la canción.
Incluso reclutó a Future para rapear en este álbum (junto a Ed Sheeran, pero aun así).
Cabe decir que Reputation no es un álbum puramente corrosivo, sobre todo en la segunda mitad. Está el coqueteo apasionado de “Gorgeous”, la clásica narrativa de Swift en “Getaway Car” y el cierre del álbum, “New Year’s Day”, una de las canciones más crudas de la carrera de Swift y un recordatorio de que bajo la agitación seguía existiendo la purista.
Los Taylor’s Version han tenido mucho más éxito como proyecto de mercadotecnia que como esfuerzo creativo (aparte de la publicación de las canciones de la bóveda, que son las canciones inéditas de cada periodo).
Al principio, fue un ejercicio intrigante analizar de forma forense las nuevas versiones en busca de diferencias con las originales, algunas nítidas y deliberadas, otras el resultado inevitable de fotocopias imprecisas.

Pero el don de Swift consiste en captar el ahora sin adornos; crear réplicas se ha sentido como una broma cruel y un insulto a los originales. Los álbumes anteriores tampoco podían mejorarse, no porque sean perfectos, sino porque son el arte fiel al momento en que se publicaron.
Por eso el anuncio de Swift de que no llevará a cabo —al menos por ahora— la regrabación de Reputation es un alivio. Lo que animaba aquel álbum era algo a lo que nunca antes había tenido , y a lo que no necesita regresar.
En los últimos años se ha exagerado enormemente la noción de las épocas de las estrellas del pop; los cambios graduales se tratan al por mayor como renovaciones, en gran medida en nombre de la mercadotecnia estratégica. En una época de incesantes flujos de información, se supone que los oyentes quieren cambios; eso es lo que se les ofrece, independientemente de si es sincero o no.
Pero una era debería ser algo fundamentalmente irrecuperable. Algo que no podrías revivir aunque quisieras. Algo que no podrías recuperar aunque lo intentaras. Mejor no intentarlo.
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ksh