Durante las últimas dos décadas, la economía mundial ha estado tambaleando de una crisis a otra: la crisis financiera; la guerra comercial de Donald Trump contra China durante su primer mandato; la pandemia; la inflación posterior a la pandemia; la invasión de Rusia a Ucrania; la guerra en Medio Oriente; y ahora la guerra comercial de Trump II, con la intención de “hacer estallar la economía mundial por diversión”, algo que llevó a los aranceles promedio de EU a niveles no vistos en más de un siglo, y posiblemente a niveles aún mayores si se reimponen los aranceles recíprocos.
La tarea del FMI es comprender las posibles implicaciones de esta conmoción innecesaria para la economía mundial. En su última Perspectiva de la Economía Mundial (WEO, por sus siglas en inglés), hace todo lo posible por hacerlo. Esto no significa que lo sepa. Nadie lo sabe. Más allá de las fragilidades heredadas de las turbulencias previas y la habitual ignorancia sobre el funcionamiento de nuestra compleja economía global, todos nos enfrentamos a la enorme dificultad de no tener ni idea de qué hará Trump a continuación ni, en realidad, cómo responderán los demás.
Como resultado, la mayor realidad que podemos identificar, aparte de los aranceles prohibitivos impuestos mutuamente por EU y China, es la elevada incertidumbre. Esto, en sí mismo, resulta económicamente paralizante. De hecho, una de las muchas realidades deprimentes de la istración Trump es su incapacidad para comprender que, en una sociedad libre, podría decirse que la función más importante del gobierno es reducir la incertidumbre, no hacer todo lo posible por aumentarla.
Reflexionemos sobre el contexto de la conmoción de Trump. Como señala Pierre-Olivier Gourinchas, asesor económico del FMI, en su prólogo al informe WEO: “La economía global mostró una sorprendente resiliencia durante las graves crisis de los últimos cuatro años”. La inflación cayó desde máximos prolongados. Las tasas de desempleo y vacantes también regresaron a los niveles anteriores a la pandemia. El crecimiento mundial volvió a ubicarse en torno al 3 por ciento, por debajo del pasado, pero al menos respetable, mientras que la producción se acercó a su potencial. Sin embargo, muchas economías también se mantuvieron por debajo de las tendencias anteriores a la pandemia. EU fue la mayor excepción al alza.
La situación entonces estaba mejorando, pero también existían fragilidades significativas. En muchos países, la inflación todavía no se consolida para llegar a su objetivo. Los niveles de deuda pública y los déficits se encuentran por lo general en niveles elevados, en gran medida como resultado de los esfuerzos por amortiguar las crisis anteriores. Las tasas de interés también se encuentran en niveles altos. Por lo tanto, hoy en día es mucho más difícil utilizar la política fiscal o monetaria para amortiguar los impactos. No es de extrañar que se estén revisando a la baja las previsiones de crecimiento. Tampoco es algo que sorprenda que Trump esté librando una guerra contra Jay Powell en la Reserva Federal. Este último tiene razón en resistirse. Recuerdo lo devastadores que fueron los ciclos inflacionarios de la década de 1970 para la confianza. No necesitamos que se repitan en nuestra frágil economía mundial.
El FMI también explica cómo los aranceles elevados funcionan como una crisis de oferta para los que los imponen, lo que reduce la productividad y aumenta los costos unitarios. Los países afectados se enfrentan a una crisis negativa de demanda a medida que disminuye la demanda de exportaciones, lo que presiona los precios a la baja. Como señala el informe WEO: “En ambos casos, la incertidumbre comercial añade un nivel de crisis de demanda, ya que las empresas y los hogares responden aplazando la inversión y el gasto, y este efecto se puede amplificar por condiciones financieras más restrictivas y una mayor volatilidad del tipo de cambio”.
El “pronóstico de referencia” del WEO se basa en las medidas anunciadas el 4 de abril. Indica que, con esta opción, “se proyecta que el crecimiento mundial caiga de un estimado del 3.3 por ciento en 2024 al 2.8 por ciento en 2025, antes de recuperarse al 3 por ciento en 2026. Esto está por debajo de las proyecciones de la actualización del WEO de enero de 2025, en 0.5 puntos porcentuales para 2025 y 0.3 puntos porcentuales para 2026, con revisiones a la baja para casi todos los países.
Este pronóstico omite el impacto de los cambios desde el 4 de abril. El 9 de abril, por ejemplo, Trump suspendió por 90 días el aumento de los aranceles para muchos países. Al mismo tiempo, se incrementaron los aranceles sobre los productos chinos, mientras que se mantuvo el mínimo del 10 por ciento para todos los países. China contraatacó una vez más. Dos días después, EU anunció que iba a exentar a muchos dispositivos electrónicos. China volvió a elevar los aranceles sobre los productos estadunidenses el 12 de abril. Posteriormente, al 14 de abril -fecha límite para el informe WEO, según el informe- “el arancel efectivo de EU sobre los productos chinos era del 115 por ciento, mientras que el que impone China a los productos estadunidenses era del 146 por ciento, y el arancel efectivo general de EU. sobre el mundo se situaba en torno al 25 por ciento, frente a menos del 3 por ciento en enero de 2025”.
En resumen, se trata de una economía mundial que se enfrenta a enormes riesgos a la baja: una brutal desvinculación de las superpotencias; presiones tanto de EU como de China para elegir entre ellas; una grave pérdida de confianza en la confiabilidad y el buen juicio de EU y, por consiguiente, una huida del dólar; crisis fiscales y financieras; perturbaciones financieras y económicas en los países emergentes y en desarrollo en un mundo con una asistencia oficial en rápida disminución; profundas crisis económicas y humanitarias; una inestabilidad social y política exacerbada; e incluso grandes guerras.
Naturalmente, el fondo no puede explorar las implicaciones geopolíticas del posible desmembramiento del mundo integrado que el mismo EU creó durante las últimas ocho décadas. Pero la pregunta es si se puede evitar en toda su magnitud estos riesgos a la baja. Esto apunta a la posibilidad de que el miedo del momento lleve a la gente a alejarse del abismo y, así, a forjar un nuevo orden mundial. Es posible, por ejemplo, que China finalmente llegue a darse cuenta de que no puede depender de la demanda global para impulsar su enorme economía. Si finalmente cambia a una economía impulsada por la demanda interna, al menos podrá mitigar la crisis global. También es posible que EU abandone su vana nostalgia por una economía de fabricación que nunca volverá y, por lo tanto, adopte políticas comerciales más mesuradas, incluso más sensatas.
No soy optimista. Pero puedo tener esperanza. No podemos darnos el lujo de permanecer en el camino del desastre económico y político.
