El hallazgo del cuerpo sin vida de Génesis Mei Ling Rodríguez, una niña de apenas 10 años, sacude no solo al municipio de Cuautlancingo, Puebla, sino al país entero. Una vez más, la violencia contra las niñas y mujeres deja al descubierto la deuda histórica del estado en la protección de los derechos fundamentales y la seguridad de su población.
La pequeña Génesis salió a jugar el pasado 12 de enero cerca de su hogar. Como cualquier niña, pensó que el mundo que la rodeaba era un espacio seguro. Tres días después, su cuerpo fue encontrado en el mismo edificio donde vivía, con signos de violencia, en una de las imágenes más desgarradoras que Puebla ha tenido que enfrentar.
El caso de ella no es un hecho aislado sino parte de un patrón que parece haberse normalizado. Según el Observatorio de Violencia Social y de Género de la Ibero Puebla, en promedio ocurre un feminicidio cada siete días. Esto en un estado donde la Alerta de Violencia de Género abarca 50 municipios y, paradójicamente, los feminicidios han aumentado en al menos 11 de esas demarcaciones.
La violencia de género en México no distingue edades. Hoy es Génesis, ayer fue Jessica cuya historia también quedó atrapada en los archivos de la indignación. Las cifras, aunque desgarradoras, no reflejan la magnitud del dolor ni la desolación que las familias enfrentan.
El feminicidio de esta menor representa el fracaso de un sistema que, a pesar de discursos y programas, sigue sin garantizar lo más básico: la vida. Es una herida abierta que no solo clama justicia, sino que exige acciones inmediatas y contundentes para detener esta crisis.
Lo más alarmante de casos como este es que muchas veces se quedan en el olvido. La indignación inicial, la cobertura mediática y las promesas de las autoridades suelen diluirse en cuestión de días.
Pero, ¿cómo podemos exigir empatía y conciencia en una sociedad donde la violencia se ha convertido en parte del paisaje cotidiano?
No es solo responsabilidad del gobierno. Es también nuestra. Cada vez que minimizamos la violencia o volteamos la cara frente al sufrimiento ajeno, perpetuamos este ciclo. La historia de Génesis debería unirnos en un llamado urgente, uno que clama por un cambio real en cómo prevenimos, enfrentamos y castigamos la violencia.
Hoy, más que nunca, México necesita que sus autoridades cumplan con su deber, que las alertas de género sean más que documentos istrativos y que las instituciones encargadas de la justicia hagan lo suyo.
La muerte de Génesis debería ser un parteaguas para que no sea una más en la larga lista de nombres que este país no supo proteger. Porque cada feminicidio es una historia de oportunidades perdidas, una señal de una sociedad rota que, si no actúa, seguirá siendo cómplice de su propio deterioro.