Como presidente de 2010 a 2015, Mujica, fiel a su visión progresista de izquierda, integró a su gobierno a ex guerrilleros tupamaros y socialdemócratas para despenalizar el aborto, regular el uso recreativo de la cannabis, legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, duplicar el salario mínimo, mantener un crecimiento económico sostenido, mejorar las condiciones laborales y reducir la tasa de pobreza al 12%, un porcentaje muy alejado del 40% registrado una década antes, para marcar así, un antes y un después en el país sudamericano y convertirse en un referente latinoamericano.
Desde su modesta granja o chacra ubicada en una zona rural en las afueras de Montevideo, cultivando flores, arando la tierra y cuidando a sus animales con su compañera de lucha, Lucía Topolansky, Pepe siempre defendió la sobriedad y austeridad como una manera de vivir “en su pobre palacio presidencial” donde vivió como senador y presidente y recibió a los más altos dignatarios del orbe.
Porque para Mujica era la única manera de “tener más tiempo y vivir la vida de acuerdo con las cosas que a ti te motivan", porque "pobres son aquellos que precisan mucho".
Con su muerte, fallece un hombre de época que resumió con dolor la utopía socialista y con esperanza la distopía del poscapitalismo para afirmar su vocación democrática y progresista.
Por ello, ni Fidel Castro, Lula de Silva, Daniel Ortega, Hugo Chávez, Cristina Kirchner, Gustavo Petro, Evo Morales y Claudia Sheinbaum, abrevados de la misma cepa de izquierda revolucionaria, pueden aspirar -en sus sueños más guajiros- a ser como Pepe Mujica.
Por el contrario, ellos serán juzgados desde el interior del basurero de la historia, como simples dictadores bananeros. Nada más.