DOMINGA.— Isidro Montejo y sus tres hermanos jugaban afuera de la pequeña casa de lámina, en el poblado de Platanar Arriba, en Pichucalco, en las faldas del volcán Chichonal, Chiapas. Eran casi las 23:30 horas del 28 de marzo de 1982.
El calor era tan asfixiante que, a pesar de la noche, los niños Montejo entraban y salían del río Platanar, que nacía muy cerca del volcán y pasaba por su casita. Isidro cumplía recién los 10 años y había llegado a vivir ahí cuando su padre, don Dionisio, comenzó a trabajar para Landa y Rubio, una empresa de construcción que extraía piedras y materiales de la zona en Chiapas.

De pronto se escuchó un estruendo parecido al sonido que hacían las turbinas de un avión. Uno de sus hermanos mayores gritó: “¡viene de allá!”. El rugido venía del Chichonal, una formación que para los niños siempre había sido un gran cerrote, a nadie ahí le parecía que un volcán a sólo 23 kilómetros fuera una amenaza. Mientras escuchaban el sonido furioso de la explosión, empezaron a sentir un temblor en la tierra que los zangoloteó.
“No tengan miedo, no tengan miedo”, les dijo don Dionisio, mientras intentaba meterlos a la casita de lámina. Pero los niños miraban el volcán, que empezaba a darles un espectáculo que les parecía de fuegos artificiales.
“¿Tú has visto cuando una casa se está incendiando y de pronto empieza agarrar más poder el fuego? Pues así era, volteabas a ver arriba, el cielo, para el volcán, y veías puras chispas, pero purititas chispas y bolas de fuego que parecía que golpeaban el cielo”, me dice Isidro 42 años después. Ese día se podía ver la luna, la noche estaba clarita, así que cuando llegaron las bolas de fuego sintieron que el cielo se volvió negro.
“[Hubo] muchas nubes negras intensas y todo se empezó a oscurecer mientras más relámpagos salían de la boca del volcán”.
Aquel domingo 28 de marzo cerca de las 23:30 horas, se registró un sismo de 3.5 grados en Chiapas, a la que le siguió la erupción del volcán Chichón o Chichonal, como lo llaman popularmente, la más catastrófica en la historia de México. Esa noche arrojó ceniza, rocas y gases que alcanzaron una altura de hasta 17 kilómetros al cielo.
Isidro dice que esa noche en Platanal Arriba, la pequeña localidad selvática en la que vivían, cayeron piedras volcánicas enormes y fue ahí cuando corrieron a refugiarse en su casa de lámina. “¡No se muevan!”, les gritó su padre.

Los niños Montejo y sus papás intentaron esconderse debajo de la mesa y la cama, por si las piedras traspasaban su casita. “¡Se escuchaba horrible, y sí cayeron piedras hirviendo, calientes!”. Recuerda que al día siguiente no amaneció, en Chiapas todo fue oscuridad. Cayó tanta ceniza que no se pudieron mover de ahí durante dos días y sobrevivieron con lo poco que tenían.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye este caso gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Casos como éste revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.
Se temía dos mil personas desaparecidas por el volcán Chichonal
Un expediente en el Archivo General de la Nación revela que los agentes de la Secretaría de Gobernación ni siquiera conocían con exactitud dónde estaba el volcán Chichonal y cuáles eran las comunidades que lo rodeaba.
Los nombres mal escritos en sus reportes y las direcciones erróneas revelan que en la capital del país casi nada se sabía de quienes habitaban Pichucalco, Ocotepec, Chapultenango, Pantepec, Tapalapa, Copainalá, Coapilla, Teatán, Ixhuatán, Ostuacán, Tapilula, Rayón e incluso de la cabecera municipal, Francisco León.
Esta zona es hogar del pueblo indígena zoque, “los hombres de lodo”, según un vocablo náhuatl, un grupo étnico muy maltratado y que según historiadores durante la Colonia fueron obligándolos al trabajo forzado y a rendir tributos excesivos.
Los reportes dejan evidencia cronológica de cómo ocurrió la mayor erupción volcánica en la historia de nuestro país y cómo las autoridades no supieron cómo responder durante los primeros días a la comunidad. En sus relatos la Secretaría de Gobernación y la Dirección Federal de Seguridad (DFS) revelan que el 28 de marzo a las 23:30 empezaron a caer las primeras cenizas del volcán y que sólo quince minutos después vendría lo peor.

El Chichón comenzó a lanzar piedras incandescentes y se intensificaron las explosiones al interior del cráter. “Lanzó una especie de arena que llegó hasta los municipios de Francisco León y Pichucalco”, donde vivían Isidro y sus tres hermanos.
Las cenizas y la arena continuaron extendiéndose por toda la zona y a la una de la mañana llegó hasta el estado de Tabasco. Un día después reportaban: “A las ocho de la mañana de hoy no ha podido establecerse comunicación directa con esos lugares”, reconocía la Secretaría de Gobernación en un informe enviado a la presidencia de México.
El 29 de marzo a las 10:00 de la mañana finalmente se enteraron por autoridades locales de la magnitud de la tragedia: la cabecera municipal, Francisco León así como los ejidos aledaños Nicapa (hoy Viejo Nicapa) y Matamoros, habían desaparecido por completo, quedando sepultados bajo ceniza volcánica. En el expediente ha quedado registro que para ese día había al menos dos mil familias desaparecidas. Estaban seguros que habían quedado atrapadas en sus domicilios bajo las piedras del volcán, que probablemente habían muerto intentando salvar a su ganado.
Lo más desesperante era que la ayuda no podía llegar, porque un día después el Chichonal seguía lanzando piedras incandescentes. Nadie podía ayudar a los pueblos del volcán. Mientras tanto el país comenzaba a enterarse de la tragedia por la televisión.

El volcán Chichonal desplazó a miles de habitantes a albergues de Tabasco
El día 30 de marzo finalmente la Secretaría de Gobernación reportó que había podido acceder a algunos municipios donde se encontraron con indígenas zoques y la imagen era devastadora: llenos de ceniza se los encontraban llorando por los caminos, desesperados porque habían perdido sus cultivos, cafetales, platanales, árboles frutales y a sus animalitos.
Habían quedado sepultados debajo de 50 centímetros de ceniza arenosa, que contaminó los ríos, los aguajes, bebederos y pozos “por lo cual no cuentan con agua potable”, reportaban. Los agentes escribieron que incluso los animalitos habían muerto por las sustancias tóxicas que cayeron sobre el agua y que bebieron.
Según Gobernación en uno de los primeros recorridos que realizaron por el municipio de Chapultenango, a siete kilómetros del Chichonal, encontraron a dos señoras muertas que no traían ninguna identificación, a 14 personas heridas con quemaduras, y otras 65 personas con quemaduras leves.
“En Tectuapan [a 10 kilómetros del volcán] sufrieron saqueos por parte de vivales que hicieron correr la voz de alarma de que se suscitará otra erupción, los habitantes del lugar salieron precipitadamente de sus casas lo que fue aprovechado por los vivales para saquear sus pertenencias”, decían los informes.
Cinco días después, el 2 de abril fueron evacuadas por el ejército al menos dos mil personas, trasladadas a albergues ubicados en Villahermosa, Tabasco. Los reportes de las autoridades insisten en la oscuridad que cubrió la región por esos días. “La nube de polvo volcánico ha oscurecido el cielo y ha venido a provocar temor entre sus habitantes”, decían. Ese mismo día reportaron que la nube había alcanzado la zona fronteriza con Guatemala, afectando poblaciones aledañas.
El sábado 3 de abril se registraron casi 30 temblores por hora durante la mañana, lo que anticipó la llegada de una nueva erupción. El volcán estalló violentamente a las 19:35 de la noche y la actividad duró unos 30 minutos. El 5 de abril, el Chichonal estalló por tercera vez y duró unos 45 minutos. También se oscureció el cielo.

El Chichonal cubrió de cenizas a miles de plantíos de café, cacao, plátano y frijol
De acuerdo a los expedientes de la DFS en todos los municipios afectados, las casitas eran muy rústicas y en un 90% estaban techadas con lámina de zinc y cartón. Por eso los daños fueron totales: los techos fueron perforados por las piedras incandescentes.
Según los policías, los vulcanólogos de la UNAM que llegaron a la zona les habían informado que durante las erupciones se habían lanzado 200 mil toneladas de ceniza volcánica, que corrió 150 kilómetros a la redonda. Después el viento hizo de las suyas y envió la ceniza a lo largo de 250 kilómetros, abarcando Veracruz, Oaxaca, Campeche y Tabasco. Se perdieron miles de plantíos de café, cacao, plátano, frijol, maíz y pastizales, que quedaron cubiertos por una capa de hasta 50 centímetros de ceniza volcánica.
Isidro Montejo, un señor platicador que emigró hace unos años a Estados Unidos y sobrevivió a la erupción del volcán a pesar de la cercanía, me cuenta que lo que vio en esos días fue devastador y en él cómo niño se quedaron los recuerdos de los animalitos.
“Hubo muchísima muerte de ganado porque el pasto quedó cubierto. El ganado se moría de hambre, los animales no tenían cómo sobrevivir por toda esa ceniza alrededor del volcán. Mucha gente murió porque no quiso abandonar su ganado ni a sus animalitos”.

Dice que intentaron regresar a la casita de lámina, pero en la zona todo era devastación y los ríos habían quedado contaminados, así que unas semanas después regresaron por sus cosas y se fueron para siempre.
Laureano Reyes Gómez en su libro Los zoques del volcán, editado por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, cuenta que años antes, desde diciembre de 1980 y enero de 1981 se escuchaban fuertes ruidos y pequeños temblores que fueron reportados por los campesinos. Las autoridades estatales conocían los informes de los vulcanólogos y contaban con evidencias suficientes de una erupción inminente, sin embargo hicieron caso omiso y no tomaron ninguna medida de emergencia. El saldo final de las erupciones fueron 20 mil damnificados y 2 mil personas muertas. Tiempos en los que todavía no se usaba el término de “desplazados climáticos”.
En Los zoques del volcán también se cuenta que en la comunidad indígena muchas personas dijeron haber soñado la erupción del Chichonal dos años antes, aunque en sus sueños no se profetizaba la fecha. En el sueño era San Agustín, el santo patrono del pueblo, el que los cobijaba con una gigantesca sombrilla evitando que su gente sufriera daños ante la lluvia de sangre y “víboras de fuego” que arrojaba el volcán enfurecido.
“De suerte tal, que el día en que se hizo realidad la fase eruptiva, la mayoría de los habitantes se sentía protegido, por lo que no abandonarían el lugar, pues estaban seguros de que San Agustín cuidaría de ellos…”.
GSC/LHM