La celebración del Met Gala 2025 llenó las redes sociales de fashionistas, críticos de la moda y ‘expertos’ del estilo Dandy. Dos días después, aquellos ‘especialistas’ se convirtieron en ‘conocedores’ del Cónclave. La conversación ya no giraba en torno al desatinado vestido de Shakira o la inspiración de la vestimenta de Bad Bunny, sino en la competencia del cardenal asiático y el africano por el "trono" de San Pedro.
Ayer era experto en moda, hoy soy experto en cónclaves https://t.co/PUBqVqt0i7
— Nargumedo™ (@nargumedo_) May 7, 2025
Este fenómeno de “volverse experto de la noche a la mañana” no es raro. Ocurre cada vez que un tema acapara las tendencias de redes, como algún suceso político, el concierto de un gran artista, una polémica de TikTok, los premios Oscar o los Juegos Olímpicos.
Incluso, las y los propios s se mofan de la ‘preparación exprés’ a la que se someten para no quedarse atrás en los asuntos de moda. De hecho, uno de los memes más utilizados está inspirado en la película “The Avengers” (2012), cuando Iron Man presume haberse convertido en un experto de astrofísica termonuclear una noche anterior. ¿Pero es nuestro caso igual al de aquel superhéroe de Marvel?
Ayer experto en surf, hoy experto en judo ???? pic.twitter.com/sTMoiRxSgJ
— Cruzaro Azulello (@CAzulello) July 30, 2024
La profesora Claudia Benassini Félix explicó que la difusión de memes, bromas y contenido con Inteligencia Artificial (IA) relacionado con la sucesión papal obedeció más a un interés por ‘subirse al tren de la novedad’.
Este comportamiento se repite con cada suceso o acontecimiento de gran calibre, cuando las opiniones de las y los s se formulan sólo con el contenido de redes sociales— en su gran mayoría, de tintes no especializados—.
“¿Realmente qué significa estar compartiendo información de la cual no tenemos muchos elementos para opinar, si no es simplemente porque nos parece simpático?”, reflexionó la académica en entrevista con MILENIO.
Pero más allá de no quedarse en silencio en las pláticas y chistes del trabajo o la universidad, la necesidad de unirse a la conversación del momento también respondería a esa sensación de angustia que nos surge por no estar en sintonía con nuestro entorno: el FOMO.

¿Qué significa FOMO?
Conocí aquel término durante una plática en un grupo de Whatsapp. Una de mis amigas preguntó en el chat qué significaba cuando alguien dice “Me está dando fomo”, asumiendo el riesgo de que las menores del grupo pudieran reírse y señalarla de estar “viejita”. Yo secundé su duda.
Como era de esperarse, ambas fuimos blanco de esas bromas inocentes que nos recuerdan la diferencia de hasta seis años en la edad de la más grande y las más joven del círculo. Pero al menos obtuvimos respuesta a nuestra duda: “Ansiedad por no saber qué ocurre", me contestó una de ellas.
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El FOMO (del inglés Fear Of Missing Out) refiere a aquella preocupación que una persona experimenta al darse cuenta que se está perdiendo de experiencias agradables que otras personas tienen, o que éstas disfrutan de salidas, momentos o cosas mejores que nosotros.
De primera instancia, esta sensación se le atribuía con el contenido de familiares o amistades. Es decir, cuando al abrir nuestra cuenta de Instagram, vemos que un par de amigos salieron al parque de diversiones o una prima está disfrutando unas vacaciones en la playa.
“Se percibe que otros están teniendo mejores momentos que uno”, explica un artículo de la Revista de Adicciones Conductuales, el cual identifica dos componentes del FOMO: el primero, que otros gocen de una experiencia gratificante, y, segundo, que las redes sociales sean el principal canal de conexión en tiempo real con otras personas.

Plataformas como Facebook, Instagram o X (antes Twitter) pueden promover la interacción social, especialmente en la etapa adolescente. En otras palabras, forman nuevas amistades y mantienen las existentes, e incluso ayudan a comprender los sentimientos de la otra persona o a fortalecer el vínculo entre ambas.
Pero cuando estas relaciones generan FOMO, la conexión del o la adolescente incrementa a niveles problemáticos para su salud mental, presentando complicaciones para su autocontrol, dificultades en el manejo del estrés o incluso nomofobia (es decir, la adicción al teléfono celular).
De ahí que, según el artículo “Nomofobia y FOMO en el uso del smartphone en jóvenes: el rol de la ansiedad por estar conectado”, diversos estudios identifican una estrecha relación entre el FOMO y el uso problemático del teléfono celular; lo cual, a su vez, puede desencadenar trastornos de ansiedad y depresión.
Ejemplo de ello lo plantea el psicólogo Andrew Przybylski, de la Universidad de Oxford, haciendo hincapié en un círculo vicioso, donde el miedo a perderse algo de las ‘víctimas del FOMO’ está alimentada por el uso frecuente y excesivo de las redes sociales.
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¿Un antídoto al FOMO?
Hoy en día es difícil vivir sin consultar las redes sociales o las noticias del día a día. Miles de imágenes, noticias y videos bombardean nuestros homepages cada segundo, dándonos poco o nulo tiempo de ‘digerir’ esa información.
Por ello, es difícil no experimentar FOMO cuando el algoritmo no nos lanzó el tema del que todas y todos los compañeros de trabajo hablan al día siguiente. Sin embargo, en algunos casos esa sensación de aislamiento o rezago es una falsa impresión, causada, precisamente, por la sobreexposición de las redes sociales.
Así lo explica el artículo de Antonio Pérez Elizondo, publicado en el portal Psicología.com, donde señala que aquellos sesgos están alimentados por la llamada “paradoja de la amistad”, la cual “nos hace parecer menos populares que el resto”.
Asimismo, el documento recupera la visión de la socióloga, Martha Beck, en la que alude la sensación de FOMO a un autoengaño entre emisor y receptor: “La fabulosa vida que en la imaginación del espectador frustrado y hambriento está ocurriendo en la pantalla y al que no es invitado no existe”.

Ante ese panorama, donde nos volvemos vulnerables a la ansiedad y a la tergiversación de la realidad, fue que la escritora Christina Crook propuso una contrapartida del FOMO, a fin de abrazar la desconexión y la necesidad de estar presente cada momento de nuestras vidas: el JOMO (del inglés Joy of Missing Out).
Este postulado lo planteó en su texto “La dicha de perderse algo: encontrar balance en un mundo conectado” (2015). Y años después lo hizo Svend Brinkmann en “El arte de perderse algo: el arte de retener en una era de excesos” (2019).
La esencia de ambos era apostar por este pensamiento que promueve la búsqueda de la calma y paz, sobre el interés de estar al tanto de la noticia del último momento, el video más viral, la muerte de algún personaje o de lo que otras personas suben en sus redes sociales.
ASG