No es fácil encontrar una definición de familia: para la Real Academia Española (RAE), es el conjunto de personas que tienen parentesco entre sí; para la ONU, la institución cultural más importante de las sociedades, y para fans de la película Lilo & Stitch, es la que no te abandona ni te olvida.
La Ohana de Lilo, Nani y Stitch —y eventualmente Jumba y Pleakley— no es perfecta, como ninguna familia lo es. “Una familia ‘normal’ es aquella donde se asumen los conflictos y se abordan funcionalmente”, explica el psicólogo Eduardo Villavicencio a MILENIO.
Ya lo afirmó el propio Stitch al final de la cinta de 2002: “Es chiquita y rota, pero es buena”.
En la historia de Disney, las dificultades iban desde la desobediencia de Lilo a Nani o controlar el ímpetu del experimento 626, hasta el rescate de Lilo de la nave espacial del capitán Gantu, quien inicialmente pretendía capturar sólo a Stitch. Sin embargo, en los conflictos familiares de la vida real no hay extraterrestres infiltrados o “perros” azules que hablan, sino dudas, incomodidades, desacuerdos y orgullo.
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¿Qué es la familia?
Sin importar cuántos o quiénes la integran, la familia es el grupo primario de apoyo donde gestamos las percepciones iniciales de varios aspectos de la vida como el concepto de pareja, la resolución de conflictos, la expresión de emociones, qué actitudes se premian y cuáles se castigan, entre otros más.
Por supuesto, con el paso del tiempo— y toda vez que hay un ejercicio de reflexión y concientización— cada persona adopta y reproduce los aprendizajes que son congruentes con sus valores personales.
Y en este proceso puede comenzar la identificación de actitudes incómodas, contradictorias y hasta irrespetuosas, aunque el mismo vínculo nos hace dudar de nuestro juicio o, de plano, nos ciega ante dichas conductas.
“Comenzamos a tolerar desde lo irreal y la fantasía. Siempre que hay un vínculo afectivo, nuestro juicio de realidad no necesariamente corresponde con lo que es, sino con lo que sentimos o con lo que deseamos que sea. Entonces se hace complejo identificar sensaciones, la norma, el acuerdo y la convivencia”.

El miedo a los límites
Pese a que los límites son el garante de respeto en una relación y del bienestar propio, no es fácil hacerlos válidos. Todo parte del miedo: al rechazo, a que la otra persona piense que ya no la queremos, a que surjan discusiones o a vernos egoístas.
“Creemos que un vínculo afectivo implica perdonar todo y aceptar cualquier comportamiento. Esa acepción de que ‘los amo, entonces no pongo límites’, pues nos lleva al dilema de: ‘Si pongo límites, el otro lo puede leer como un ‘No lo amo’’(...) Asociamos poner límites con un ‘no te quiero’, ‘ya no me interesas’ o ‘te quiero menos’. Y no es así”, señala Villavicencio.
No obstante, dejar pasar una situación no hace más que agrietar poco a poco el vínculo.
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La individualidad debe procurarse hasta en las familias más unidas. Y el único camino para lograrla es con el establecimiento de límites claros y precisos — los cuales, a su vez, también definen los roles y tareas de cada parte dentro de la dinámica familiar—.
Claro, ese es el ideal. Sin embargo, en 2006, los investigadores colombianos, Edison Viveros y Luz Arias, identificaron otros tres tipos de límites que, contrario a los antes mencionados, no garantizan un adecuado equilibrio familiar.
Límites difusos
Cuando la familia carece de la práctica de la palabra y la escucha para no aglutinarse o desligarse. O en otras palabras, cuando las y los integrantes desconocen en cuáles circunstancias estar juntos y apoyarse, o respetar su espacio personal.
Límites desligados
Ponen en evidencia cierta indiferencia y poco deseo de protección entre los de la familia. Además, la independencia que se propone promueve una carencia de dependencia hacia el grupo familiar y un mínimo deseo de apoyo mutuo.
Límites aglutinados
Cuando los han establecido pocos parámetros de diferenciación entre sí. O sea, que la unión es tan fuerte que no hay espacio para la individualidad.
EL DATO...¿Qué significa red flags?
Por su traducción del inglés, las “banderas rojas” son aquellas señales de advertencia que indican un comportamiento poco saludable o potencialmente dañino para cualquier tipo de relación: amistad, noviazgo, familia, etcétera.
¿Cómo poner límites en la familia?
En primer lugar, señaló Villavicencio, deshaciéndose de la idea socialmente impuesta de que los límites son sinónimo de odio, rechazo o egoísmo, y concebirlos como un acto de amor, armonía y respeto.
“Es necesario saber decir ‘no’ y es necesario que la otra parte sepa que no significa que la dejé de amar. Poner límites implica afianzar, limpiar o lubricar una relación para que yo sepa qué sí y qué no, hasta dónde se vale y hasta dónde no”.
O como concluyó el artículo “Sobre la dinámica familiar: revisión documental”, de la revista Cultura, Educación y Sociedad: “Los límites bien definidos y claros permiten la autonomía de los individuos evitando atropellos entre los de la familia”.
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El vínculo familiar no sólo complica la identificación de las red flags y el establecimiento de límites, también agudizan las reacciones y las consecuencias de un malentendido. “Son más dolorosas y devastadoras que con las amistades”, aunó el docente de La Salle.
Así ocurre cuando, por ejemplo, expresamos nuestro malestar ante las críticas irrespetuosas de una tía, las demostraciones (excesivamente) afectuosas de un primo o las respuestas hostiles del padre.
Claro, habrá quienes comprendan el límite y trabajen en respetarlo. Sin embargo, y de acuerdo a lo que varios s de TikTok han plasmado en sus videos, el común denominador suele ser respuestas agresivas, inconformes o comentarios tipo: “No aguantas nada” o “Es sólo un decir, no te enojes”.
De ahí que derivan situaciones, publicadas por tiktokeros, como el que las y los hermanos mayores se convierten en quienes hacen frente a los gritos del padre; o cuando alguien decide finalmente "dar de su propia medicina” a la tía de los comentarios “metiches”, “castrosos” o “criticones”.
@yahairosilva Cosas de hermanos mayores #humor #comedia #fyp #viral #tiktok
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Pero en el "otro lado de la moneda" están quienes prefieren guardar silencio, tolerar o aplazar la negociación hasta encontrar la estrategia que cause la menor cantidad de conflictos. Spoiler: esto último jamás sucederá, pues establecer límites implica, sí o sí, que habrá tensiones.
“No se trata de evitarlo. Si yo me doy cuenta que algo no marcha bien en casa, debo asumir que va a haber conflicto porque no se trata de evitarlo, sino de afrontarlo. El conflicto implica tensión (...) Y para que haya cambio al interior del sistema familiar, debe haber tensión”, destacó Villavicencio.
La clave está en abordar la situación de la manera más funcional posible. Y para ello, el especialista en psicología desglosó tres puntos clave:
- Asumir que los límites no significa que ya no se amen
- Poner sobre la mesa las situaciones que ocurren, las molestias o las inconformidades lo más objetivamente posible.
- Poner sobre la mesa nuestras necesidades y los acuerdos con los que se pueden cumplir.
“El hecho de poner las cosas sobre la mesa, de decir: ‘Me duele esto y necesito de ti aquello’ no significa el perdón. No, en absoluto. Sólo es lubricar la relación, reconstruir la relación, pero no necesariamente perdonar”, aclaró.
ASG