A finales de los años 80 y principios de los 90 (del siglo XX) llegaban a Monterrey dos revistas editadas en Ciudad de México: Tierra adentro y Casa del tiempo ambas con una característica similar: eran hermosamente largas, rebasaban los límites normales de un espacio en el librero; los amables empleados de la Librería de Cristal llamaban por teléfono a mi casa y me informaban que los tesoros habían llegado, y yo, feliz, me apresuraba a adquirirlas, por eso a esas dos revistas las considero parte fundamental de mi formación como lector (y como escritor). Años después me enteré que Carlos Montemayor fue uno de los fundadores de Casa del tiempo, de la que conservo muchos de los cuadernillos que venían insertados y formaban la colección “Margen de poesía”; de 76 números que aparecieron entre 1991 y 1998, guardo 51 (24 autografiados por autores como Juan Bañuelos, Guillermo Fernández, Raúl Renán, Dolores Castro, Héctor Carreto, entre muchos otros), los cuadernillos eran de un formato estándar y caben sin ningún problema en mi librero, donde ocupan un lugar especial.
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Para todas las cosas hay palabras claras
Carlos Montemayor fue conocido como narrador, cantante de ópera y traductor, además siempre se le identificó conectado con la tradición y las luchas sociales en México; era un hombre inquieto que supo revalorar las lenguas indígenas —algo que yo entiendo como fidelidad—, con lo cual constato que todo poeta revalora la lengua, pero en la poesía, el combate, el compromiso con la causa, Montemayor lo ejercía desde la ternura, como lo hace en este poema incluido en su Antología personal (UAM, col. Molinos de viento, 2023):
Encuentro
Puede levantar la carne sus altares sensoriales
hacia un vuelo interrumpido que por fin despliega
el canto físico de sus manos y sus labios.
Puede levantarse como el polvo bajo el viento
y en un solo minuto respirar todo el aroma de una vida,
que ciega contempla la luz
y la oye y la entiende y la abraza.
Son cuerpos que se agitan como los bosques bajo el viento
que persisten como los lechos de los ríos,
como el silencio sobre los versos y los papeles.
Déjame permanecer junto a ti
Deja que continúe aquí mi cuerpo, iluminándose junto al tuyo.
Entenderte desnuda, como el deseo lo está ante los sueños,
A tu lado siempre palmo a palmo,
hasta que ningún verso pase sobre mi vida.
Que mis manos aparten recuerdos, muros calles
los años que no recorrimos juntos,
las viejas ciudades que no pisamos y las habitaciones que no abrimos
y que solo el viento innumerable y su lluvia sobre nosotros lleguen.
No hay horas, no hay minutos:
hay la desnudez en que la carne nos envuelve y comprende, abrazados, unidos,
yo en ti, desnudo como la lluvia en el día, dentro del mundo.
El poeta que sabía trabajar la madera en el bosque, entendía de oficios, tomaba en sus manos el lenguaje y con el mayor cuidado lo trataba, entendía la dualidad de los árboles donde todo es raíz y a la vez todo es ramas, todo es vástagos, Carlos Montemayor asumía que la poesía es un régimen de vida, asumía que la poesía es la vida y él estaba en ella.
Un susurro melodioso
Los poemas de esta antología son 24 mapas donde arde la luminosidad. La ciudad y sus calles, la infancia, son referentes constantes a este laborioso sueño de dicha, el vivir quiere hacer su balance y lo tiene ampliamente cartografiado en cada página, aquí la huella de lo inexplicable —su búsqueda, que la cambió por la belleza de lo inexplicable, o mejor dicho por la inexplicable belleza que hace a los cuerpos oír y sentir, versos salobres que se endulzan en las bocas; uno lee y mete las manos al fondo de la niebla o abre las puertas de su casa para estar siempre en el mundo, o en el fin del mundo (como el poema titulado “Finisterra”, una oda como las que aparecen en Las armas del viento, su primer libro de poemas publicado en 1977, donde el autor pide aprender el canto de la dulzura e invoca la permanencia de las rocas o la compañía de alguien para estar acorde con todo).
Hoy estamos en la vida
Siempre existe la disyuntiva de cómo explicarnos al poeta: ¿cómo traducirlo, definirlo averiguarlo? Creo que de las cosas difíciles, esa es de las más fáciles: leyéndolo, porque cada autor, cada poeta es una definición de la poesía y lo confirmo con algún subrayado que encontré en uno de sus viejos libros, donde se describe mirando a su hijo hacer cosas simples como comerse una fruta, beber agua o bañarse en un rio, y él le lee sus poemas y entonces el niño se ríe, su padre sabe que aún no comprende muchas palabras, porque al morder una fruta nueva el infante le dice que sabe como a durazno y ciruela, entonces el hombre, el padre, el poeta encuentra su poética: decir no lo que era, sino como era, tratar de comprender lo que uno desconoce e intentar decirlo a pesar de todo, porque la vida no es una frase, ni un nombre, ni un verso que todos entienden.
Montemayor dejó en estos versos el ulular del pasado, pero sabía que también era el ulular del futuro, su literatura, su obra generosamente expansiva nos dispone su voz para siempre a los que hoy estamos en la vida y obligados estamos a usurpar los lugares amados por todos los que han amado y usurpar las horas intensas de todos los que han vivido.
AQ