La señora Dalloway, la novela de Virginia Woolf basada en una noche de afectos y deseos compartidos, cumple cien años. Cuando el libro se publicó el 14 de mayo de 1925, el diario The Guardian dijo de ella que su tema era “un breve día en la mente de una mujer” y resaltó su “brillante fineza, originalidad y encanto”. Hoy es celebrada como una de las grandes obras de su siglo. La mañana en la que se inicia la historia, Clarissa Dalloway prepara una fiesta para sus amigos. Ella misma quiere comprar las flores. La mañana es “tan fresca como si bañara a los niños en una playa.”
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La prosa de Woolf avanza, da saltos, retrocede, se hunde en la conciencia de los personajes. En su fluidez nos lleva a sus ríos y despeñaderos. Pero esa noche de junio, Clarissa Dalloway quiere que sus invitados la pasen bien. Quiere celebrarlos y celebrar la amistad. Y sus pensamientos no dejan de ir de un lado a otro. Ella se ha casado con el maravilloso, exitoso, distante Richard Dalloway. Pero sus sentimientos van hacia el hombre con el que pudo casarse, el misterioso Peter. El también está invitado a esa fiesta. Su otro antiguo interés es Sally Seton que también aparece en la reunión. Pronto va a descubrir que Sally es ahora una venerable matrona, con cinco hijos.
Durante la fiesta Clarissa va a enterarse del suicidio de Septimus, un veterano de guerra herido y confinado, el otro gran personaje del libro. Clarissa lo va a irar por su suicidio. Todos están solos. Septimus extraña a su amigo Evans. Clarissa extraña a Peter. El marido de Clarissa la ignora, embebido en su trabajo del gobierno. La hija de Clarissa preferiría estar en el campo que en su fiesta. La técnica del “flujo de la conciencia” nos permite conocerlos en la intimidad: las frases nos dan cuenta de sus mínimos pensamientos y sensaciones en cada instante. El presente y el pasado se confunden. El futuro llega demasiado pronto. Son seres vulnerables, llenos de amor, desesperados. Mientras tanto se escucha el sonido de la torre de Big Ben repicando su música. Allí están “el vaivén, el caminar y el vagabundeo; en el estruendo y el tumulto; en los carros, automóviles, omnibus, camionetas, hombres -anuncio que vienen y van de un lado a otro-; en las bandas de música, organillos; en el triunfo y en el tintineo; y en el extraño canto agudo de algún aeroplano que pasaba volando estaba lo que amaba: la vida: Londres; ese momento de junio”.
En el momento de la historia Clarissa tiene cincuenta y un años. Todos los que van a la fiesta forman parte de su pasado. Pero Clarissa no se resigna. Amores perdidos, amores reencontrados, amores recuperados. Amigos, esposos, amantes. Pero ella se aferra a esta fiesta. Su casa es el último lugar donde la gente puede conversar, es decir quererse un poco. Y nadie, ni siquiera la noticia de esa muerte, le va a quitar esas horas preciosas. Todos los invitados están solos. Pero van a reunirse. La fiesta será un éxito. La novela quedará para la historia.
AQ