Por fortuna hay quien le jale a uno las orejas. El entusiasmo me llevó a comprar los lobos diseñados en laboratorio como si fueran auténticos huargos. No lo son. Se trata de una especie nueva y única, un milagro, pero no de una desextinción… todavía. Cosa de científicos y no de su público, del que a veces formo parte, pero los lobos son más que un género animal, son símbolo de la libertad salvaje y son el miedo que da origen a la civilización.
El lobo es un magnífico motor simbólico porque no permite la reducción: es lo agreste y peligroso, pero de una loba surgió Roma, la ciudad por excelencia. Los ciudadanos podrán buscar la paz, pero todos han sido amamantados por la loba.
Y esa ambigüedad resulta ardua para las modernas búsquedas de una ética que quiere su bien sin mancha de mal, como si se pudiera. Y por eso resulta desafiante el pensamiento de Thomas Hobbes, porque no se tomaba el pelo y supo que el bien es posible, pero siempre a expensas de otro bien.
- Te recomendamos El gemelo del miedo Laberinto

Por todos lados anda el error ése de remitir el latinajo de homo homini lupus al Leviatán. No está ahí. De hecho, Hobbes escribió la frase una sola vez, en la carta dedicatoria a William, conde de Devonshire, que prologa el De Cive, una obra estupenda con un sentido distinto y muy específico: “era un dicho del pueblo, digo, aunque fuese pronunciado por una sola boca privada (si es que Catón no hubiera sido más que eso), que todos los reyes han de ser tenidos por bestias voraces. Pero ¡qué animal de presa no fue el pueblo romano cuando con sus águilas conquistadoras erigió sus orgullosos trofeos a lo largo y a lo ancho del mundo, sometiendo en disfrazada esclavitud a africanos, asiáticos, macedonios y aqueos, con el pretexto de hacerlos ciudadanos de Roma! … Para hablar imparcialmente, estos dos dichos son muy verdaderos: que el hombre es una especie de Dios para el hombre y que el hombre es un auténtico lobo para el hombre. Lo primero es verdad si comparamos unos ciudadanos con otros; Y lo segundo, si comparamos ciudades. En el primer caso hay una cierta analogía de semejanza con la Deidad, a saber: justicia y caridad, que son hermanas gemelas de la paz. Pero en el otro, hombres buenos han de defenderse adoptando como santuario las dos hijas de la guerra: el engaño y la violencia, o, dicho en términos más claros, una brutal rapacidad”.
Nos separa de Hobbes una definición básica. Según él, en una sociedad contractual, es decir, en un Estado, el individuo depone su libertad para conseguir la paz. Nosotros entendemos que, dentro del Estado, el individuo tiene todas las libertades que no estén expresamente restringidas por la legalidad del pacto o contrato. Hobbes era mucho más radical: esas no son libertades, sino facultades. La libertad se pierde toda con el contrato civil y en todo contrato se pierden libertades a cambio de otros beneficios. La paz exige la desaparición de la libertad porque la libertad tiene siempre la capacidad de la violencia. Ningún animal se deja poner en cautiverio sin pelear a muerte, a menos que quede vencido por el miedo. Y cuando los hombres se reúnen en busca de la paz y forman una sociedad con leyes, una ciudad, no pueden evitar que la ciudad misma y su cabeza, el rey, quede por encima de la ley, en estado de naturaleza.
Porque si tomamos la ciudad como una entidad singular, en efecto, se halla en estado de naturaleza, como el lobo, como el rey, y como el individuo antes del Estado (Hobbes entendió la dinámica del ser humano y que la inteligencia es una evolución del miedo; pero no supo nunca desligarse de esa “estatolatría” que tanto daño ha hecho en la historia). La sociedad es, pues, un gran lobo comunal, en constante agresión y defensa frente a todas las demás ciudades.
Roma acechaba y cazaba ciudades, no personas, y aun en sus tiempos más tiránicos, endiosaba individuos. Por ejemplo, a Catón de Útica, cuya valentía republicana le valió un lugar especial, fuera del Infierno, en la Comedia de Dante, pero ni a él le compra Hobbes ese lugar: Catón no se da cuenta, en su arenga republicana, de que “estima sus propias acciones, cuando son suyas, de modo diferente de cuando son de los demás”, porque él mismo, que pelea por la libertad individual de cada romano, justifica y ensalza las acciones predatorias de Roma en contra de otras ciudades.
El problema está en querer desaparecer al lobo. No es domesticable. Una ciudad de ciudadanos no deja de ser un lobo colectivo.
AQ