Retratos de jazz (Tusquets, 2025) es un libro para verse, leerse y escucharse. En él coinciden el trabajo del pintor japonés Makoto Wada y el de su compatriota, permanente candidato al Premio Nobel de Literatura, Haruki Murakami, ambos amantes de la música sincopada.
Con base en los retratos realizados por Wada para dos exposiciones: una en 1992 y otra en 1997, más un bonus track que incluye a Frank Sinatra, Art Pepper y Gil Evans, el autor de Tokio Blues escribe sendas viñetas en la que deja en claro su conocimiento y pasión por un género que nació en el siglo XIX en el sur de Estados Unidos, que en el XX viajó a Chicago, a Nueva York, al mundo entero creando una historia, una cultura, una manera de componer, escuchar e interpretar esa música radicalmente libre.
Son cincuenta y cinco retratos sobre los que Murakami teje remembranzas, hace sugerencias, perfila épocas, esboza anécdotas y elabora una banda sonora que puede consultarse al final de libro; son textos breves que escribe después de escuchar a las leyendas del jazz en discos de vinilo, coleccionados a lo largo de su vida, que giran en el tornamesa y cuyos sonidos escapan poderosos por dos añosas y disparejas bocinas. Es una experiencia llena de magia que desea compartir, por eso dice en el prefacio: “Nada […] me haría tan feliz como hacerle sentir también al lector parte del placer que yo experimento cuando el tocadiscos se pone en marcha, la aguja de este cae sobre uno de mis viejos elepés de jazz y, cómodamente arrellanado en mi sillón, escucho la música que se disemina en el aire, al calor de mi madriguera”. Wada, por cierto, también disfruta el jazz en sus discos de vinilo.
El libro comienza con el trompetista y cantante Chet Baker (1929-1988). “Nada como su sonido puro y sin artificios para exorcizar el dolor alojado en nosotros; y nadie como él, con su don, para hacerlo posible”, escribe Murakami quien continúa su relación con Benny Goodman, Charlie Parker, Stan Getz, Billie Holiday (“El mundo del swing bailaba con ella y hasta la Tierra misma se estremecía a su son”), Charles Mingus, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Miles Davis… y artistas hoy olvidados como el cornetista Bix Beiderbecke, del que supo cuando trabajaba en el jazz-café Swing a comienzos de los años sesenta: “Fue un astro efímero [en los años veinte del pasado siglo], un bebedor autodestructivo y el genio blanco de su instrumento”, dice Murakami.
En la nómina de Retratos de jazz también están Count Basie, Anita O’Day, Herbie Hancock y tantos personajes extraordinarios más retratados por Makoto Wada en una colección dispersa por el mundo y que solo ha sido posible reunir en este libro, en el que las imágenes inspiraron la escritura de Murakami.
Según confiesa el escritor de Hombres sin mujeres: “Desde que el jazz me sedujo y entró en mi vida no ha dejado de ser una parte sustancial de ella. La música, en términos generales, siempre ha sido importante para mí, pero el jazz, en particular, ocupa un lugar especial. Además, durante un tiempo, mi trabajo [como del club de jazz Peter Cat] estuvo estrechamente relacionado con él”.
Para quien no posee la gran colección de discos de jazz de Murakami, basta buscar en internet para escuchar a los intérpretes y los temas sugeridos, porque este libro, como escribió Diego Gándara en El Mundo, es “una experiencia musical y vital”.
AQ
