• Palestina, escribo tu nombre

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Joven palestino durante enfrentamientos con soldados israelíes cerca de la frontera entre Israel y Gaza, septiembre 2023. (Foto: Said Khatib | AFP)

Frente a la barbarie y el silencio, este texto es una defensa de la dignidad y una invocación a la humanidad que resiste en cada rincón de Gaza.

En Palestina, sin embargo, está Gaza, una ciudad poderosa y muy bien fortificada. Por eso los persas lo llaman su tesoro: cuando Cambises se dirigió hacia Egipto bajo las armas, había traído aquí riquezas y dinero para la guerra. Escalón no es una ciudad menos importante. Jope (Jaffa) fue fundada, como ellos lo dijeron, antes del diluvio.

Pomponius Méla, De Chorographia, año 43 d.C.

Fenicia y Palestina vivirán para siempre en la memoria colectiva de la humanidad.

Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, 1776.


Se vuelve cada vez más difícil encontrar palabras. El lenguaje —herramienta de la razón y del alma— empieza a quebrarse ante la magnitud del dolor que atraviesa el pueblo palestino. Ya no basta con decir “tragedia”. Ya no alcanza con hablar de “crisis humanitaria”. Nos enfrentamos a un sufrimiento tan profundo, tan sistemático y prolongado, que incluso los términos más graves se vuelven pálidos, huecos, insuficientes.

Lo que estamos presenciando no es solo una ocupación, ni una guerra: es un proceso de destrucción colectiva que, por su escala y su intención, solo puede llamarse por su nombre: genocidio. Día tras día, somos testigos de la aniquilación de un pueblo, no “solo” de sus individuos, sino también de su memoria, de sus hogares, de sus hospitales, de sus escuelas, de sus libros, de sus sitios arqueológicos; también somos testigos de la intolerable apropiación cultural de su comida, de sus versos, de sus canciones.

No se trata de cifras —aunque éstas sean abrumadoras— sino de rostros, de voces, de vidas truncadas, de nombres de familias desaparecidas para siempre. Hemos visto madres que escriben el nombre de sus hijos sobre su piel, para que puedan ser identificados si sus cuerpos son encontrados hechos pedazos. Niños deambulando entre los escombros evocando las peores escenas de la Segunda Guerra Mundial. Médicos obligados a amputar niños sin anestesia. Enfermeras que deben decidir a quién salvar. Diplomáticos que tiemblan a la hora de pronunciar sus discursos, porque sus palabras ya no alcanzan. Periodistas que, a pesar de su uniforme y de estar acostumbrados a la distancia profesional, se quiebran ante las cámaras. Hombres y mujeres formados para resistir el horror, llorando abiertamente ante lo que deben narrar.

Y si ellos —que han presenciado guerras, epidemias, terremotos, ellos que lo han presenciado todo— se rompen, ¿qué nos queda a nosotros? ¿Tenemos derecho a la indiferencia, al silencio, a la tibieza? No.

Por eso, Palestina, hoy escribo tu nombre. No con certezas, ni siquiera con esperanza, sino con una obligación: la de mirar de frente y alzar la voz. La de nombrar lo que muchos se empeñan en callar. Y, sobre todo, la de no dejarnos rendir ante el desgaste moral que esta barbarie intenta imponer. Porque si todavía nos quedan lágrimas, entonces aún nos queda humanidad.

Palestina, pronuncio tu nombre y evoco tu historia. La de tu pueblo martirizado una y otra vez. No para sumarme al ruido, sino para tender un hilo de comprensión entre el pasado y el presente, entre la memoria y la dignidad, entre el sufrimiento y la resistencia. Desde los orígenes mismos de tu tierra: retengo la imagen de los cananeos, de los filisteos, de los antiguos pueblos semitas que habitaron estas tierras antes de que los relatos fueran apropiados o distorsionados. Recuerdo que los hebreos, los griegos, los romanos, los árabes, los turcos otomanos y los europeos no fueron forasteros, sino capas sucesivas de una historia común, entretejida en un territorio que ha sido cruce de caminos, de imperios, de credos, de culturas.

Es de todos ellos que está hecho el ADN de tu pueblo. No como una mezcla abstracta, sino como una verdad concreta y viva, inscrita en los rostros, los nombres, las palabras, los platillos, las danzas, poemas y canciones. Tu pueblo no es una invención reciente, ni una categoría política pasajera. Es la encarnación de una historia antigua, plural, profundamente enraizada.

Y sin embargo, a pesar de esa riqueza —o quizás por ella— Palestina, has sido víctima de una limpieza étnica prolongada, de un despojo sistemático, de un proceso que el historiador israelí Ilan Pappé ha descrito sin eufemismos como un genocidio gradual. Desde hace décadas, ese exterminio avanza no solo con bombas y desplazamientos, sino también con la negación de tu identidad: borrando los nombres de tus pueblos, destruyendo archivos, profanando cementerios, demoliendo bibliotecas, mezquitas e iglesias.

Y sin embargo, Palestina, a pesar de todo, resistes.

Has puesto tu nombre, tu cultura, tu lucha en el centro de nuestras conciencias. Has transformado tu tragedia en un grito de dignidad que atraviesa fronteras. Porque cada vez que una madre en Gaza abraza a su hijo bajo los escombros, cada vez que un niño pinta una bandera en la pared, cada vez que un poeta escribe un verso de su tierra, cada vez que un anciano pronuncia el nombre de su aldea arrasada y levanta en alto la llave de su casa conservada desde 1948… Palestina, vuelves a existir.

Por eso debemos alzar la voz cada día. Porque no podemos permitir que la mirada de un niño palestino —esa mezcla de asombro, miedo y esperanza— se vuelva invisible. Porque cada sonrisa arrancada al horror, cada lágrima caída en un silencio roto por los bombardeos, cada gesto de ternura bajo el asedio es un recordatorio de que aún queda algo sagrado en esta vida. Y ese algo no debe resultarnos ajeno.

Palestina, escribo tu nombre y te recuerdo que luchamos no solo por la justicia de tu causa, sino por la posibilidad misma de seguir siendo humanos. Porque preservar tu historia, tu identidad, tu verdad, es también preservar lo que queda de humanidad en nosotros. Y mientras quede en pie una palabra justa, una memoria fiel, una conciencia despierta, Palestina, vivirás. No como una causa distante, sino como una parte esencial de lo que somos: de nuestra humanidad compartida.

Laila Porras ha sido profesora universitaria e investigadora en Francia. Ha trabajado en el Servicio Exterior Mexicano. Trabaja actualmente en la istración pública. Es autora de los libros: 'La Odisea Rusa. Una historia económica de Rusia, de la Revolución a la guerra en Ucrania', (Penguin Random House, 2023) y 'Palestina/Israel. Una mirada a la historia', (Penguin Random House, próxima publicación en junio 2025).

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Laila Porras
  • Laila Porras
  • Profesora en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (Francia) y autora del libro: La Odisea rusa. Una historia economica de Rusia de la Revolución a la guerra en Ucrania, Aguilar, 2023.
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