De todos los oficios posibles, ¿cómo se convierte uno en escritora? Cuando nos entrevistan, suelen pedir a los autores que revelemos algún ingrediente secreto, algo que pueda definir la manera concreta en que hacemos lo que hacemos. ¿La clave consiste en trabajar dentro de un horario particular, o en desarrollar algún hábito peculiar que nos lleve a llenar las páginas suficientes como para ameritar un lomo? Las respuestas a esta pregunta suelen ser decepcionantes, me temo, porque los escritores somos una bola de maniáticos, además de ser muy diversos en nuestras manías.
Hay quienes escriben de madrugada, y hay quienes escriben de manera nocturna. Hay quienes necesitan el hábitat de un escritorio fijo, y hay quienes componen versos hasta en la fila del banco. No existe una talla única para la prenda de la autoría. Sin embargo, creo que si de veras quieren saber cómo le hace uno para convertirse en autor publicado, cualquier colega estaría de acuerdo conmigo en que la escritura nace siempre de lecturas. O más bien, de muchas lecturas.
Si queremos indagar sobre qué constelación de lecturas fue la que llevó a Sandra Lorenzano a escribir Herida fecunda, este conmovedor volumen que ameritó el premio Málaga de Ensayo de 2024 y que ha sido publicado por Páginas de Espuma, hay que comenzar con las claves que ella deja entre los tres epígrafes que se encuentran al principio del libro. (Y no creo que esto cuente como spoiler, porque solo voy a delatar la primera página.)
Primero, encontramos esta curiosa afirmación de la autora y exiliada argentina Clara Obligado de su libro Itinerancias, que dice: “No me gusta ver la trashumancia o el exilio o como quieras llamarlo, no me gusta verlo solo como un hecho negativo. Me parece que también es, como Clarice Lispector decía, una herida fecunda”. Aquí no hallamos solamente la razón de ser del título, sino también la sugerencia atrevida de que una condición como el exilio, tan permeada de rasgos negativos y hasta atormentados, pueda también llevar su rayo de luz. Que un proceso político violento que busca silenciar para siempre a sus víctimas, sentenciándolas a una muerte cívica, puede, paradójicamente, terminar por amplificar su voz.
Desde este punto de partida podemos dilucidar que nos encontramos ante una especie de libro-fuga cuyo enfoque se anuncia desde la imagen de la herida fecunda. Fuga no solo en el sentido de una huida, sino en el de encontrar salidas experimentales al tema central, como en la música de Bach. En términos retóricos, estas dos palabras del título forman un oxímoron, o aproximación forzada entre conceptos contrarios. La herida, producto de un acto violento que drena la vida, pero que en este caso es fuente también de una gran fertilidad creativa. Lo que parecía lesión puede convertirse en un surco, un trazo seguro en donde se cultivan las semillas del arte.
El siguiente epígrafe es del libro Los bienaventurados de la filósofa española María Zambrano: “Fui alguien que se quedó para siempre fuera y en vilo. Alguien que se quedó en un lugar donde nadie le pide ni le llama. Ser exiliado es ser devorado por la historia. Y su lugar es el desierto.” Aquí ya tenemos un contrapeso para la cita anterior de Obligado: una advertencia sobre la imposibilidad de recuperar un sentido hondo de pertenencia cuando uno ha sido desarraigado. Una desesperación ante esa pérdida extrema de identidad.
Podríamos intuir que Sandra nos ha presentado la imagen de la herida fecunda como tesis, luego la imagen el desierto como antítesis —luego, lógicamente ahora vendrá la síntesis dialéctica de ambos polos en la forma de una cita de las Conversaciones americanas de la poeta uruguaya Cristina Peri Rossi. “El exilio ha sido la experiencia más dolorosa de mi vida y también la más enriquecedora. Con el dolor podemos hacer dos cosas: convertirlo en odio, en rencor, o elaborarlo, sublimarlo y convertirlo en crecimiento, poesía, literatura, fraternidad, solidaridad con las víctimas. Este fue mi camino”.
Con esta página inicial, Sandra Lorenzano nos indica un punto de partida, y una aclaración —o casi advertencia— del tema que abordará en Herida fecunda. El exilio. Sandra Lorenzano hace una cuidadosa examinación de esta herida, pero su aproximación, más que la de un estudio académico haciendo sumas y restas para pensar el exilio desde la razón, es la de una poeta, me atrevo a decir. Quizás tengo esta impresión porque hace unos años traduje al inglés Saudades, un libro que desafía los géneros pero que es sin duda, poético en espíritu.

En cuanto a Herida fecunda, lo veo como un compendio de estampas. Es como si sus páginas formaran el pasaporte imposible de un vasto territorio llamado exilio, lleno de visas otorgadas por otros que han abordado el tema desde la literatura, el cine o la música. Visas que toman la forma no solo de libros, películas y composiciones, sino también cartas, baúles, jardines, naufragios o hasta el aire que respiramos y que es también des-tierra, ella dice. Herida fecunda no se trata de armar argumentos contundentes acerca del fenómeno del desplazamiento forzado, porque en realidad, ¿cuáles serían? ¿De qué serviría? Como demuestra aquí Sandra, cualquier asomo hacia los hechos nos lleva de inmediato al horror visceral de las estadísticas. El exilio es también una cuestión de identidad, luego, debe desentrañar hasta qué punto esa identidad trashumante se ha vuelto praxis para ella, es decir, cuando deja de ser únicamente una manera de ser para volverse una manera de crear. Qué tan presente está el desarraigo en lo que Sandra expresa a través de la palabra, y cómo forma un conjunto con otros factores como la maternidad, la sexualidad, el envejecimiento o incluso la mirada. El exilio es un trasfondo incómodo, una anomalía que quizás hubiera preferido ella barrer y enterrar por debajo de un tapete de negación. Pero es justamente el pudor, la vergüenza, la manera en que parece causar un tartamudeo —un impedimento al habla y por ende, a la escritura— que la impulsa hacia este exploración introspectiva no para encontrar respuestas definitivas, sino para mapear una cartografía de ese territorio ignoto y misterioso que es el yo.
Sandra busca dimensionar las proporciones del exilio, a veces para guardarlas. Para señalar desde la empatía que hay otros que han sufrido mucho más que ella. Que ella se siente relativamente afortunada. Pero a la vez, sabe que el exilio (por fecundo que sea) también forma una especie de cáscara inexpugnable, y que no hay manera de descolocarla. Que siempre va a formar una especie de barrera entre ella y los demás. Herida fecunda es también el registro del proceso doloroso, pero valiente de intentar disolver esa barrera.
AQ