Vivimos en las primeras etapas de una revolución, el intento de convertir la república estadunidense en una dictadura arbitraria. Aún no está claro si Donald Trump tendrá éxito en este intento. Pero lo que pretende hacer parece evidente. Su forma de gobernar —ilegal, impredecible, antiintelectual y nacionalista— tendrá un gran impacto en EU. Pero, inevitablemente, también tendrá un enorme impacto en el resto del mundo, al tener en cuenta el papel hegemónico de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Ningún otro país o grupo de naciones puede —o quiere— ocupar su lugar. Esta revolución amenaza con el caos.
Es muy pronto para saber cuáles serán todas las consecuencias. Pero no lo es para hacer suposiciones fundamentadas sobre algunos aspectos, en particular la imprevisibilidad y la consiguiente pérdida de confianza que está generando la guerra de aranceles de Trump. Esta pérdida de confianza fue el tema de un pódcast que hice con Paul Krugman. Sin políticas predecibles, una economía de mercado no puede funcionar bien. Si la incertidumbre proviene de la potencia hegemónica, la economía mundial en su conjunto tampoco funcionará bien.
En sus últimas Perspectivas Económicas, el Banco Mundial analizó esto. Sus conclusiones son provisionales, pero la dirección del camino debe ser correcta. Empieza a partir del supuesto de que los aranceles vigentes a finales de mayo se mantendrán durante el horizonte de pronóstico. Esto puede ser muy optimista o demasiado pesimista. Nadie, tal vez ni siquiera Trump, lo sabe. “En este contexto”, juzga, “se proyecta que el crecimiento global se desacelere a 2.3 por ciento en 2025 (0.4 puntos porcentuales por debajo del pronóstico de enero de 2025), el ritmo más lento desde 2008, con la excepción de dos años de recesión global absoluta en 2009 y 2020. Durante 2026-2027, se espera una recuperación a un todavía moderado 2.5 por ciento, muy por debajo del promedio decenal anterior a la pandemia de 3.1 por ciento”.
Todo esto ya es malo, pero los riesgos parecen abrumadoramente a la baja. Por tanto, la incertidumbre creada por la guerra comercial de Trump puede provocar caídas mucho más grandes en el comercio y la inversión de lo proyectado. Sin duda será difícil confiar en los supuestos “acuerdos” que se anuncian ahora. Un menor crecimiento aumentará la fragilidad social, política y fiscal, lo que aumentará la percepción de riesgo en los mercados. Esto puede crear un círculo vicioso, con mayores costos financieros que elevarán el riesgo y frenarán el crecimiento. Los solicitantes de préstamos débiles, tanto privados como públicos, pueden verse obligados a caer en incumplimiento de pagos. Las crisis derivadas de desastres naturales o conflictos serán aún más perjudiciales para la economía.
Se pueden imaginar ventajas. Pueden alcanzarse nuevos acuerdos comerciales en los que muchos, de forma valiente, podrán confiar. El polvo mágico de la inteligencia artificial puede provocar un aumento repentino de la productividad y la inversión a escala global. Además, todo puede calmarse. Una dificultad para esto es que la crisis de Trump llega después de casi dos décadas de conmociones: crisis financieras mundiales y de la eurozona, pandemia, inflación poscovid y la guerra entre Rusia y Ucrania. Los espíritus animales deben estar afectados.
Por desgracia, como subraya Indermit Gill, economista jefe del Banco Mundial, en su prólogo, “los países más pobres serán los que más sufrirán”. “Para 2027, el PIB per cápita de las economías de altos ingresos estará donde se esperaba antes de la pandemia, pero las economías en desarrollo estarán en una peor situación, con niveles de PIB per cápita 6 por ciento inferiores”. Con la excepción de China, estos países pueden tardar dos décadas en recuperar las pérdidas que sufrieron en la década de 2020.
Esto no se debe solo a las crisis recientes. Por tanto, “el crecimiento en las economías en desarrollo ha disminuido gradualmente durante tres décadas consecutivas, de un promedio de 5.9 por ciento en la década de 2000 a 5.1 por en la de 2010 y a 3.7 en la de 2020”.
Esto refleja la caída del crecimiento del comercio mundial, de un promedio de 5.1 por ciento en la década de 2000 a 4.6 en la de 2010 y a 2.6 en la de 2020. Mientras, la deuda se acumula. A largo plazo, no ayudará que Trump insista en que el cambio climático también es un mito.
Entonces, ¿qué se puede hacer? En primer lugar, liberalizar el comercio. Si bien los países en desarrollo se han liberalizado en los últimos años, la mayoría aún tiene aranceles mucho más altos que las economías de altos ingresos. La promoción selectiva de industrias incipientes puede funcionar. Pero si un país tiene poca influencia internacional, la mejor política es el libre comercio, junto con las mejores políticas posibles para atraer inversiones, mejorar el capital humano y preservar la estabilidad económica. En un entorno adverso, como el actual, esto es aún más importante que en uno favorable.
Las opciones para las grandes potencias —China, Unión Europea, Japón, India, Reino Unido y otras— son más complejas. En primer lugar, ellas necesitan mejorar sus propias políticas al máximo nivel posible. También necesitan cooperar para intentar mantener las normas globales entre ellas, sobre todo en materia comercial. Algunas potencias deben reconocer que los desequilibrios globales son, sin duda, un problema importante, aunque no se trate de política comercial, sino de desequilibrios macroeconómicos globales.
Esto no es todo. A medida que Estados Unidos se retira de su papel histórico, a otros se les impone la grandeza. El progreso continuo para abordar los retos del cambio climático y el desarrollo económico depende de estas potencias. Por ejemplo, se necesita una mejor manera de resolver el problema de las deudas excesivas. Esto requiere ir contra la tendencia actual hacia una desconfianza cada vez mayor entre nosotros.
Es posible, incluso probable, que estemos presenciando el declive de un gran esfuerzo por promover un mundo más próspero y cooperativo. Algunos dirán que tal fin solo será una señal de un sano “realismo”. Pero será una locura: compartimos un solo planeta; por tanto, nuestros destinos están entrelazados. La tecnología moderna hizo que esto fuera inevitable. Nos encontramos en un punto de inflexión: debemos elegir con sabiduría.