Vivimos en una época extremadamente tribal. Los estados empiezan a encerrarse cada vez más en narrativas nacionalistas y etnonacionalistas en las que el otro, el diferente o el extranjero es visto con recelo: lo importante es cuidar y defender a los del grupo, y si nos alcanza o nos da la gana, veremos por los demás.
Esa es la lógica con la que muchos gobiernos alrededor del mundo están operando actualmente. En especial el de Benjamin Netanyahu, quien hace unos días no tuvo reparos en decir que su objetivo es hacerse con el control de total de Gaza y destruir a Hamás. Todo indica que para concretar ese plan, la vida de más de 600 mil gazatíes no tiene la menor importancia.
La ofensiva de este fin de semana, y que continúa mientras escribo esta columna, contra el enclave así como el bloqueo del suministro de ayuda humanitaria mantiene a raya a los palestinos, al borde mismo de la hambruna y la extinción.
La situación es grave, es urgente. En días recientes, los gobiernos de Francia, Canadá y Reino Unido han lanzado advertencias contra el Estado de Israel por su terrible e inhumano comportamiento. Desde Estados Unidos, aliado incondicional, se le ha advertido incluso que no se aceptarán imágenes de hambruna provenientes de Gaza, lo que ha obligado a Netanyahu a relajar su restrictivo bloqueo al paso de víveres.
Sin embargo, nada de esto podrá ser suficiente mientras el actual líder israelí y los grupos políticos que le apoyan no se sienten a negociar. Es cierto, Hamás dice en su carta fundacional que quiere eliminar por completo al pueblo de Israel, pero al final del día se trata de un grupo terrorista y no dudo que haya ciertas concesiones y chantajes que puedan aplacarlos, sin mencionar el hecho de que el deseo de acabar con ellos de raíz es algo bastante naif de parte de Israel: si lo lograran, más tarde que pronto surgiría otro grupo igual o peor.
Lo que más me inquieta en la nueva dirección que está tomando este conflicto, es la cerrazón que impera en uno y otro lado. Ninguno de los involucrados parece dispuesto a ceder, me da la impresión de que han llegado a la determinación de que no hay lugar en la tierra para ambos. Y ese terrible pensamiento se ha expandido por el mundo.
En muchísimos sectores de la opinión pública en Occidente, el apoyo a Palestina es total, y las muestras de antisemitismo se duplican. Por el lado de quienes apoyan a Israel y al sionismo, tampoco se ve mucho matiz. El conflicto termina reduciéndose a “estás a favor de, o en contra de”. En muchos sentidos Israel no ha permitido que sea de otra manera, su respuesta al terrible ataque del 7 de octubre de 2023 ha sido desproporcionada, por decir lo menos.
Estamos viviendo uno de los episodios más oscuros de nuestra historia y mucho me temo que si Israel no cede un ápice en su intento de eliminar por completo a los palestinos, cosas mucho peores se desatarán en Oriente Próximo: más guerra, más muerte, más odio, más intolerancia. Como si la que ya padecemos no fuera intolerable.
El conflicto árabe-israelí es un lamentable síntoma de nuestra cada vez más notoria ausencia de empatía. Estamos anulando nuestra capacidad de entendernos entre nosotros, y no veo muchos incentivos para que la sociedad se comporte de otra forma.
De maneras crueles y maquiavélicas los liderazgos políticos globales parecen empeñados en sembrar odio y discordia para ganar elecciones y rescatar los valores e incluso la supervivencia del grupo, sin importar que el resto salga perdiendo.
El destino de Palestina será, en muchos sentidos, el destino de todos los perdedores en el mundo. Probablemente ya sea así y no nos hemos enterado…