No acabamos de comprender la aceleración de los tiempos actuales y su influencia en nuestra psicología...
Es fácil reconocer un cierto desasosiego con los avances tecnológicos, especialmente los relacionados con la informática y las comunicaciones:
computadoras, Internet, celulares cada vez más sofisticados, software especializado, inteligencia artificial, etc.
La vida moderna está influida por horarios, agendas apretadas y prisas.
La aceleración creciente nos afecta significativamente, en nuestra estructura psicológica.
Las películas de los años 80 (y 70s) tienen un ritmo mucho más pausado que las actuales; tan pausado que nos parecen lentas.
Eso no pasaba cuando las veíamos recién estrenadas.
Pero sucede que ahora estamos habituados al ritmo de los «video-clips», a efectos especiales, planos por minuto, síntesis en los diálogos, etc.
Los medios de transporte compiten en ofrecernos cada vez más velocidad; los electrodomésticos ofrecen ahorro de tiempo (microondas, lavadoras, extractores de jugos); en el mercado encontramos y consumimos multitud de productos pre cocinados para ahorrar tiempo; los bancos ofrecen créditos en 24 horas; el mejor servicio que se puede esperar son los que ponen como prioridad la eliminación de las listas de espera; proliferan los restaurantes de comida rápida.
El tiempo, cada vez más, es un recurso escaso para todos.
La gente cambia de trabajo con mucha más frecuencia que antes; los barrios y colonias cambian de un año para otro; nuestros vecinos también cambian.
De tal suerte que nos ofrecen novedades continuas en todos los terrenos: nuevos productos alimenticios, más canales de televisión, nuevos aparatos y sistemas de telefonía, más modelos de coches.
Nos llega un volumen de información infinitamente mayor que hace unos años. Toda esta información, todos estos cambios y toda esta carrera por conseguir las cosas en menos tiempo nos impacta.
Hoy en día nuestra percepción del tiempo es diferente: lo que para la gente de hace unos años era rápido, para la gente actual es lento.
Este panorama está produciendo en nuestra percepción del tiempo y del movimiento y en nuestra capacidad de adaptación al medio, una especie de «tensión», casi de «crispación», que no todos pueden utilizar a su favor.
Aprender a rescatar tiempo para uno mismo, tiempo de reposo, tranquilidad, meditación… Tiempo para la planeación serena y sensata, tiempo para el diálogo y la relación, tiempo para el ocio o para el hobby… resulta ser ahora una necesidad vital para no perdernos en el “tiempo que vuela” y para poder asimilar los cambios y las novedades que nuestro entorno nos propone.
Aquí se aplica ese dicho popular, psicológicamente sabio, que dice: “Despacio que llevo prisa”.