Cuando una madre y un padre muestran hostilidad y desprecio el uno hacia el otro, sus hijos sufren.
Esto ocurre porque el desarrollo de un matrimonio –o quizá su ruptura- crea una especie de "ecología emocional" o medio ambiente para los niños.
Así como un árbol se ve afectado por la calidad del aire, el agua y el suelo en su medio, la salud emocional de los niños está determinada por la calidad de las relaciones íntimas que los rodean.
Sus interacciones como padres, influyen en las actitudes y logros de sus hijos, la capacidad para regular sus emociones y para llevarse bien con los demás.
En general, cuando los padres se preocupan y se apoyan mutuamente, la felicidad aflora en los hijos.
Pero los niños que están constantemente expuestos a la hostilidad que existe entre sus padres, pueden toparse con riesgos que ni siquiera son capaces de advertir.
No hay ninguna duda de que los niños se sienten afligidos cuando son testigos de las peleas de los padres.
Sus reacciones varían entre: el llanto, quedarse inmóviles, tensionados, taparse los oídos, esconderse (o por lo menos taparse los ojos, creyendo que así dejará de existir tan terrible escena).
Los hijos de las parejas muy conflictivas obtienen calificaciones más bajas.
La gran tragedia educativa de nuestro tiempo es que muchos niños están fracasando en la escuela, no por problemas intelectuales o físicos, sino por sus "desequilibrios" emocionales.
Los niños educados por padres cuyos matrimonios se caracterizan por la crítica, la posición defensiva y el desprecio, tienen muchas más probabilidades de mostrar una conducta antisocial y agresiva hacia sus compañeros de juego.
Tienen mayores dificultades para regular sus emociones, concentrar su atención y calmarse a sí mismos cuando se sienten perturbados.
No es el conflicto entre los padres, en sí mismo, lo que resulta tan perjudicial para los niños, sino la forma en que los padres manejan sus discusiones.
Estar presentes, desde el punto de vista emocional, ayudándolos a enfrentar los sentimientos negativos, escuchándolos y guiándolos durante los períodos de estrés familiar, protege a los niños y niñas contra muchos de los efectos perjudiciales de la agitación familiar, incluido el divorcio.
Los niños que son testigos de la agresividad, beligerancia o desprecio de sus padres entre sí, tienen más probabilidades de mostrar esta misma conducta en sus relaciones con sus amigos.
Así que ¡cuidado!, los niños siguen el libreto que sus padres les enseñan, si aprenden o introyectan un libreto que afirma que la hostilidad y la actitud defensiva son respuestas para el conflicto o que la gente agresiva consigue lo que quiere, mostrarán en el futuro una conducta antisocial y agresiva, no sabrán reguilar sus emociones.