Al día de hoy ya hemos llegado a comprender que educar consiste más en preguntar que en responder, es evidente que estamos dejando lo que hace algún tiempo entendíamos: que educar estaba más relacionado con informar, transmitir conocimientos y responder a cuestionamientos por un maestro que sabía y un discípulo ignorante.
Asimismo, hoy sabemos que educamos más por lo que somos que por lo que decimos y nos queda claro que el ejemplo es mucho más elocuente que el discurso, que lo que aprendimos de pequeños lo repetimos como patrón de conducta que transmitimos a nuestros hijos y que modelar valores es mucho más contundente en la educación que insistir en que los valores por sí mismos tienen la virtud de vivirse.
El conocimiento está más relacionado con un íntimo y silencioso proceso del educando, que con el “maestro” que todo lo sabe y que, hasta hace poco, se colocaba frente a un grupo de estudiantes pasivos.
Además, es verdaderamente tonto pensar que aquel que repite de memoria lo estudiado, quiere decir que lo ha comprendido. Comprender es un proceso que nos transforma y el hecho de comprender está muy lejos del puro “entender”.
En realidad, facilitar la comprensión es todo un arte, es el arte de educar por excelencia.
No podemos negar que la información la transmita quien conoce a quienes desean conocer. Sin embargo, cuando éramos estudiantes, nos tragamos innumerables discursos de profesores, tomábamos apuntes velozmente mientras se nos apagaba nuestra actitud indagatoria y nuestra curiosidad por conocer y comprender.
Eso de aprender y comprender no se trata solo de más matemáticas o más informática.
Es más interesante y vital promover el desarrollo de capacidades tales como: aprender a indagar, aprender a ser uno mismo, aprender a construirse un método personal, aprender a escucharse en el silencio, aprender a convertir el error en experiencia, aprender a cuestionarse, aprender a manejar el miedo y la anticipación, aprender a identificar sentimientos y expresarlos, aprender a asumir la propia responsabilidad de nuestro destino, aprender a empatizar con las emociones del otro. Estos son aprendizajes que conforman las capacidades de un ser humano consciente.
En la realidad, una educación impartida por seres reeducados en la madurez emocional, conscientes de sí mismos y que al mismo tiempo valoran el poder del silencio y la consciencia, pueden lograr una verdadera transformación en la educación.
Un verdadero reto es educar en estos tiempos revueltos, complejos y ambiguos, sin embargo, hoy más que nunca las nuevas generaciones son mucho más sensibles y ávidas de testimonios de vida que de discursos e ideologías desencarnadas.