El enojo es la primera emoción que experimentamos y la última que aprendemos a manejar efectivamente.
A los cuatro meses de edad los niños sienten sentimientos de inconformidad que se les reconoce luego como enojo.
Muchos pasamos la vida entera negando o evadiendo esta experiencia que provoca conflicto emocional.
Como el enojo usualmente ocurre en un contexto interpersonal, es un fenómeno frecuente que nos presenta un desafío constante.
Cuando percibimos un evento externo (objeto o persona) como amenaza, experimentamos una frustración o no se cumplen nuestras expectativas ante una situación, generalmente nos enojamos.
Además, el enojo parece ser una respuesta a algo fuera de nosotros mismos.
Lo proyectarnos en otros y tratamos de localizar la fuente de nuestro enojo fuera de nosotros mismos, con frases tan hechas como: “Tú me haces enojar...” “Tienes hábitos que me irritan...” “Me estás molestando”, etc.
Cuando un estímulo externo amenaza nuestro bienestar físico o psicológico, un ciclo de movimientos internos se inicia.
Las alternativas se van dando interiormente sobre el posible peligro; si concluimos que la amenaza no es tan desagradable, que nuestro poder es suficiente para enfrentarlo, una respuesta calmada y desprovista de confusión puede ocurrir; pero si concluimos que somos impotentes para manejarla, el enojo emerge como un esfuerzo de destruir o reducir la amenaza y proteger nuestra presunta impotencia.
Las demandas sin respuesta y las expectativas no conocidas son frustrantes y se convierten en otra clase de amenazas que viajan a través del ciclo del enojo. Este ciclo está dentro de nosotros mismos.
El enojo se expresa fisiológicamente con un incremento en la presión arterial y tensión muscular; existen impulsos para expresar palabras agresivas, golpear o cometer alguna clase de violencia.
Pero la expresión del enojo puede ser tan espontánea y la amenaza tal que, en vez de expresarla hacia fuera, a veces la volcamos contra nosotros mismos.
Este corto circuito del ciclo del enojo produce distorsiones de otras magnitudes.
El enojo puede tornarse en depresión, incompetencia, impotencia y en última instancia en un estado auto destructivo.
Otro modo de corto circuito en el ciclo del enojo es desahogarse del sentimiento; no del suceso amenazante percibido, hacia algo que pensamos que es más fácil o conveniente: golpeamos al perro, la puerta o le gritamos a los niños... Este desplazamiento del sentimiento del enojo se convierte en un sistema generalizado, empezamos a ver el mundo como hostil y desarrollamos un comportamiento habitual colérico y atacante.
Necesario atribuir el enojo a nuestro propio poder ¿Qué es lo que nos asusta? ¿Qué es lo que voy a perder? ¿Qué expectativa no se satisface?
Además, el gesto magnánimo que incrementa el poder personal, es el perdón.