Llámenme Andrés Manuel

Cuando el secretario de organización de Morena pide que no le llamemos por el apodo por el cual todos le hemos conocido siempre, con el cual hasta el viernes pasado se referían a él sus amigos, colegas, familiares y conocidos, sino Andrés Manuel, buscando presentarse como un hombre adulto, serio y formal, seguidor del legado de su padre y lejos de esa imagen de junior frívolo ganada a pulso por él y por sus hermanos, sabemos que, sin querer queriendo, está anunciando su camino amarillo hacia la presidencia.

No se explica el súbito intento de cambio de nombre de López Beltrán sin una intención electoral mayor, y ésta jamás podría existir sin la clara anuencia de López Obrador. Pudimos sospechar algo cuando le montaron un puesto con cartera abierta y la capacidad de placearse a lo largo y ancho de la República sin responsabilidades reales, pero cualquier duda se esfumó a fines de la semana pasada, en el programa llamado “La Moreniza, el podcast de la Transformación”, conducido por la presidenta del nuevo partido de Estado, Luisa María Alcalde, donde el político antes llamado Andy se quejó de que, a pesar de ser apenas un humilde secretario de Morena, en todos los diarios lo criticaban, llamándolo Andy: “Yo me llamo Andrés Manuel López Beltrán, y mi más grande orgullo es llamarme como el mejor presidente que ha tenido este país. Llamarme Andy es demeritar eso … Porque les da miedo. Saben lo que vale el nombre, saben lo que vale el legado de Andrés Manuel López Obrador”. Hay que itirlo, no suena igual Andy para presidente que Andrés Manuel López para presidente.

¿Que si una presidencia hereditaria sería ir demasiado lejos? Después de todo, ni los tricolores más ultra, ni los más poderosos en el apogeo de la dictadura, se hubieran atrevido a perfilar a sus hijazos de la vidaza para la grande. Pero Morena no es un equivalente exacto al viejo PRI: es apenas uno de tantos instrumentos al servicio de un caudillo suprainstitucional que no tiene la menor intención de turnarle el poder a otra persona o bando y que, hoy por hoy, tiene en su puño a los tres poderes de la Nación.

Así, la anticipada candidatura del junior es apenas la puntilla de lo que viene: ya no hay institución alguna que pueda impedir la disolución o cooptación del INE a manos de un gobierno que ha probado con creces su propensión a la demagogia y al fraude, ni que detenga el estrangulamiento financiero y político de lo que queda de los otros partidos, ni que pueda defender a los críticos y opositores de persecuciones desde el poder, o a los ciudadanos de las culatas militares. ¿Que si hay que escribir una nueva Constitución para extender el sexenio a diez años? ¿Que si mejor quitamos la reelección? ¿Que si después de Andy sigue José Ramón, o Bobby —Perdón: Gonzalo—? Todo eso es hoy perfectamente posible, porque ya no tenemos recurso alguno que pueda impedir que, queriéndolo el caudillo, se vuelva legal.

En cinco años pueden pasar muchas cosas, pero todo apunta a que Andrés Manuel López Beltrán será presidente en 2030, nos guste o no. Porque en este nuevo peronismo mexicano, el infierno es el límite


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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