La disrupción debida a Trump (con perdón del latinajo inglés que tan alegremente hemos incorporado a nuestra maltratada lengua) comienza a pasar factura: los mercados financieros avisan de que la incertidumbre no es el componente que más entusiasma a los accionistas, ni mucho menos.
Hablando de castigos, oigan ustedes: así como la devaluación de una moneda resulta del mal manejo económico en una nación, de la misma manera los supremos custodios del dios dinero dictan sentencia a quienes no se pliegan a sus designios.
Estados Unidos pretende ser una potencia colonial. Algo que no era, por más que el trasnochado victimismo de los izquierdosos se alimente de denunciar el “imperialismo” yanqui. En principio, el llamado modo “transaccional” del presidente Trump no es otra cosa que una muy grosera intentona de apropiación: adueñarse del Canal de Panamá, apoderarse de Groenlandia, quitarle a Ucrania sus minerales a cambio de ceder territorios a los rusos, hacerse de Gaza para transformarla en una suerte de Riviera sa o merendarse a Canadá, ni más ni menos, son planes que revolotean en la cabecita del mandatario estadunidense.
Sus mentados aranceles, por otro lado, no son meros espantajos para acalambrar a los que se sientan en una mesa de negociación para “transaccionar” sino parte de la visión económica que Trump tiene de las cosas, por más que parezcan una mera herramienta: el hombre quiere que su país se convierta en un reino autárquico, una especie de fortificación impenetrable para los extraños pero, a su vez, en el gran expoliador de todos los demás.
Estas voluntades, aderezadas de una implacable ofensiva en contra de su propio aparato gubernamental y de la paralela arremetida para desmantelar el entramado institucional, no son ni lejanamente parte del orden anterior de los Estados Unidos ni responden tampoco a sus principios fundacionales: hasta ahora, nuestros vecinos del norte se erigían como los grandes guardianes del mundo libre. Han guerreado aquí y allá, es cierto, se han entrometido en Afganistán, Iraq, Vietnam y Corea. Pero nunca fue un asunto de quedarse con territorios ajenos.
Hoy, con Trump, han dado un brutal viraje: dan la espalda a sus aliados, se pelean con sus socios, renuncian a sus preceptos…
Los mercados responden: vamos a ver qué tanto peso tienen.