¿Estados Unidos sin un proletariado de importación?

Lavaplatos, pinche de cocina, albañil, chalán, estibador, sepulturero, cosechera, labrador, guadañero, barrendera, minero, recolectora, velador, mucamo, cargador, jornalero, afanadora, peón, macehual, alcantarillero, limpiadora de letrinas, recadero, embalsamador, empacadora…

Oficios, todos ellos, forzosos en cualquier sociedad. Trabajos tan duros que necesitan ser calificados de “dignos” por quienes no los desempeñan. Faenas, justamente, que casi nadie quiere ejercer. ¿En dónde? En los Estados Unidos, miren ustedes.

Pero, entonces, ¿cómo se las apañan nuestros vecinos del norte para que su mundo funcione, para poder ir a un restaurante y ser servidos, para consumir frutos y legumbres previamente cosechados, para que sean construidas las casas que habitan, para que una nana se haga cargo de los mocosos cuando van al cine y, entre otras tantas cosas, para que los más básicos servicios —la limpieza en los centros comerciales, la descarga de mercancías en los puertos o la disposición de los productos en los anaqueles del supermercado— les sean asegurados?

Pues, muy simple: millones de inmigrantes —mexicanos, sobre todo— afincados de una u otra manera a lo largo y ancho de su territorio, se encargan de esas rudas tareas. No se enriquecen. Ni pueden tampoco dejar de laborar porque buena parte de sus emolumentos los envían a los suyos, a los que dejaron atrás en el terruño. Pero cobran una paga que ni lejanamente hubieran podido alcanzar en sus comarcas de origen. Por eso están ahí, en un país extraño, rodeados de gente que no los aprecia como iguales suyos y que, llegado el caso de que sus primigenios sentimientos de rechazo sean azuzados por un sujeto desalmado de la calaña de Donald Trump, exige que sean expulsados.

Nos enteramos, de pronto, de que una persona que lleva 20 años cosechando hortalizas en los campos de California no tiene papeles que acrediten su residencia. El hombre ha hecho ya su vida en esa comarca, tiene hijos de certificada nacionalidad estadounidense, se habrá tal vez comprado una pequeña casa y se siente, inclusive, parte de ese mundo, un espacio que se ha vuelto su hogar. ¿Deportar a ese trabajador no viene siendo un acto de suprema crueldad?

Varios patrones se han acercado al presidente de los Estados Unidos para expresarle su preocupación de que sus negocios, talleres y ranchos se están quedando sin mano de obra a causa de las redadas que está emprendiendo la U.S. Immigration and Customs Enforcement (ICE), la agencia de policía aduanal y control de fronteras perteneciente al Departamento de Seguridad Interior.

Es una auténtica persecución, decidida en la Casa Blanca. Pero, más allá de cualquier cuestión humanitaria —y, también, del impacto económico que tendrá la cacería— ¿se escuchan acaso voces denunciando que se trata de una aberrante embestida en contra del proletariado, de los lavaplatos, los jornaleros, las afanadoras y todos los otros? 


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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