¿Cómo percibe Donald Trump a los demás países? O, más bien, ¿cómo quisiera que estuvieran? ¿Desea que ya no fabriquen productos de exportación, que desaparezcan sectores enteros de sus economías, que pierdan miles de empleos, que no consuman las mercaderías locales sino que adquieran exclusivamente lo que venden los Estados Unidos y que renuncien a ser más competitivos en el comercio global?
El plantear meramente estas cuestiones nos hace ver lo intrínsecamente absurdo del proteccionismo: si todos los bienes y servicios se concentraran en una sola nación, la suprema potencia, entonces los demás países no tendrían siquiera la capacidad de comprarle a ese Estado imperial lo que produce. Esta simple constatación contradice, por cierto, la especie, propalada por los izquierdosos victimistas, de que nuestro vecino del norte ha implementado toda una trama para que los latinoamericanos sigamos viviendo eternamente en la pobreza (“¡che, es que los americanos no nos dejan crecer!”, lloriquean los argentinos cada vez que alguien invoca el derrumbe de la que fuera una de las naciones más prósperas del mundo), como si el hecho de carecer nosotros del más mínimo poder de compra beneficiara a los estadounidenses, siendo que es exactamente al revés: mientras más ricos los pobladores de este subcontinente, más coches, más herramientas y más artefactos colocarían en nuestros mercados. En fin…
En los remotos tiempos de las sociedades salvajes, cuando el jefe de una tribu quería poseer lo que atesoraba el cacique de la aldea vecina, lanzaba un ataque con sus más feroces guerreros, mataba al desprevenido poseedor de los objetos codiciados, se apoderaba de todo su patrimonio y, de paso, luego de masacrar al resto del personal, se llevaba a las mujeres del pueblo y a los niños más saludables para esclavizarlos.
En algún momento, por fortuna, a algún reyezuelo se le ocurrió que podría intercambiar bienes con el forastero, en santa paz, para hacerse de las mercancías ambicionadas sin violencias, sufragándolas simplemente con las labranzas cultivadas en casa o las vasijas de sus artesanos. Nació ahí el comercio, uno de los pilares del proceso civilizatorio.
¿Qué está pasando ahora? Pues, ni más ni menos que un inquietante retroceso, de la mano de Trump y los suyos, los nuevos primitivos del planeta.