Un millón de niños sin clases. Y, encima, en los estados más pobres del país. Los maestros de esos chicos están dictando así la fatídica sentencia de que las penurias sobrellevadas hasta ahora van a ser una condena de por vida. Sin educación nunca habrá bienestar.
Los primerísimos responsables de edificar un futuro más luminoso, en lugar de consagrar sus esfuerzos a la noble formación de ciudadanos instruidos, dejan a los alumnitos en el abandono.
El oficialismo ha llegado a endosarles el infamante calificativo de “traidores a la patria” a quienes cuestionan los quehaceres del régimen. Pues bien, los verdaderos villanos están ahí, los tenemos a la vista, acampados en el Zócalo de la capital de México, el centro de operaciones desde el cual se movilizan para cerrar calles, bloquear aeropuertos y perturbar a su antojo el orden público.
El más grande delito cívico que pudiere cometer un habitante de este país no tendría que ser el rechazo al avasallador credo de la 4T sino dejar desamparados a los niños de la nación mexicana. Un opositor —así sea calificado de oficio como “fascista de derecha”, “conservador” o cualesquiera de los otros destemplados calificativos que merecen quienes ejercen la crítica— es meramente un individuo con ideas diferentes acerca de cómo se debe llevar la cosa pública.
Un maestro que se desentiende de la sacrosanta tarea de trasmitir conocimientos a infantes desguarnecidos es, ese sí, un auténtico traidor. Pero, miren ustedes, las prioridades están totalmente invertidas aquí y cuentan más los provechos que ha generado nuestra perniciosa cultura corporativista que los derechos reales de las personas, así sean menores de edad necesitados de las más apremiantes garantías por su estado de natural indefensión.
El priismo de la primera hora creó varios monstruos al instaurar todo un abanico de políticas clientelares para agenciarse los favores de diferentes sectores de la sociedad y rentabilizarlos en las urnas. Las corporaciones —gremios, sindicatos, colectivos laborales y cuerpos burocráticos— se volvieron más importantes que los ciudadanos mismos.
Los posteriores intentos de modernización del anterior sistema alcanzaron algunos logros pero el actual régimen ha restaurado a todo vapor las antiguas prácticas. Y ahí están los resultados: un millón de niños sin escuela. Un crimen imperdonable.