Genio y figura hasta la sepultura, sentencia el dicho popular. Y, bueno, podemos pronosticar que el mentado Hombre Naranja seguirá siendo el mismo –y progresivamente peor, además— hasta el fin de su cuatrienio (que es lo que realmente le importa al mundo, no la ruindad que pueda exhibir, ya luego, sentado a la mesa en alguna de sus recargadas propiedades).
Ya vimos el trato que mereció un hombre que está meramente defendiendo a su patria, invadida por un agresor imperial que ni siquiera puede sacar provecho de su presunto poderío militar sino que recurre a perpetrar crímenes de guerra, por no hablar de su descarnada disposición al absurdo sacrificio de miles de sus propios combatientes.
La nación que enarbolaba el estandarte de la democracia, la libertad y el libre mercado ha efectuado un inaudito viraje: es ahora una amparadora de dictaduras y regímenes autoritarios. Se acaba de fracturar así un orden mundial que se mantuvo a lo largo de 70 años, un sistema erigido a partir del respeto a las fronteras de las naciones, el derecho internacional y la institucionalidad.
Hay un nuevo eje: Estados Unidos-Rusia, al que se sumarán todos los países gobernados por sus correspondientes autócratas. No parece demasiado probable que China vaya a ser parte de esa ecuación porque es el rival directo de los Estados Unidos en lo que toca a la conquista de los mercados y su imparable empuje para convertirse en la primerísima potencia del planeta.
Justamente por eso, porque los irables chinos exportan, producen, innovan y progresan, es que representan una muy directa amenaza a los intereses de los estadounidenses. Y también por esa misma razón, paradójicamente, es que el matonismo de Trump no brota tan descarada y abiertamente cuando tiene delante a Xi Jinping: el mandatario del antiguo Imperio del Medio es un peso pesado por donde lo quieras ver y el bully de la Casa Blanca sabe muy bien con quien se mete (no come lumbre, para seguir a tono con la sabiduría del pueblo bueno).
Así como Zelenski fue objeto de un programado maltrato, podemos anticipar que ni la sucesora liberal de Trudeau ni la actual mandataria mexicana ni personajes como Macron o la primera ministra de Dinamarca estarán a salvo de las arremetidas del sujeto. Y, lo peor, no habrá tregua alguna durante cuatro larguísimos años.