No existe la menor duda de que la versión live action es un éxito sin precedentes. Ya encaminándose a los mil millones de dólares y con éxito mundial en su segundo fin de semana, muchos podrán opinar sobre su nostalgia desplazada, pero no que es “un fracaso”, como tantos titulares y creadores de contenido quieren creer.
Sí. Hay cambios de la original. Los villanos originales faltan y sobran. Y esa sensibilidad de quienes eran chicos cuando salió la original es comprensible. Lo curioso es cómo tantos “conservadores” están furiosos por los ajustes en el final de la cinta.
Aquí un spoiler para quienes no lo hayan visto: resulta que al final, Nani, la hermana de 19 años de Lilo, logra encontrar la manera de mantener a Lilo (y a Stitch) con seres queridos y de confianza, mientras ella cumple el sueño de ir a estudiar biología marina lejos de casa.
“¡Cómo se atreven!”, gritan esas voces, “si toda la historia tiene que ver con que Ohana significa familia y la familia nunca te abandona”. ¡Wow! Nani tenía la obligación de sacrificarse para siempre, porque sus padres murieron. No hay futuro más aceptable que quedarse a trabajar por un sueldo miserable, cuidando de su hermanita y del perro-alien.
A los ofendidos no les importa que se quedaron con personas que también son familia y no aceptan que las chicas se seguirán viendo, pues Nani se quedó con una especie de artefacto que abre portales para moverse entre dimensiones y estar con Lilo seguido.
“¡Eso no es creíble”, gritan enojados. Claro, el encantador alien perro azul sí lo es. Se llama fantasía, señores. Entiendo que muchos pueden querer siempre la versión original de todo, pero pensar que por ser “Ohana” hay que sufrir, no creo que sea un mejor mensaje. Cuando la gente quiere ofenderse, vaya que saben encontrar de qué.