Algunos libros tienen la capacidad de provocar una fuerte impresión. Recientemente he leído un par de obras que siguen dando vueltas en mi cabeza, ya sea por los temas que tratan como por sus personajes y problemáticas.
El invencible verano de Liliana de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza es un ejemplo. Recibió el premio Pulitzer 2024 en la categoría Memoria o Autobiografía, uno de muchos reconocimientos a la pluma de Rivera Garza y al doloroso relato sobre el feminicidio de su hermana menor.
En 1990 Liliana era una estudiante de Arquitectura que experimentaba la libertad de los veinte años, encontrándose con sus amigos para salir a divertirse o para trabajar durante horas en los proyectos académicos. Una joven con una curiosidad infinita, con ganas de aprender y de vivir, hasta que su ex pareja entró a escondidas a su casa, la asesinó y se dio a la fuga.
Treinta años después del feminicidio, Cristina Rivera Garza recuerda a su hermana pequeña desde la ternura que sólo se puede sentir hacia el ser con el que se ha compartido todo. Treinta años pasaron la autora y sus padres recorriendo oficinas gubernamentales, tocando puertas, pidiendo que alguien los escuchara, clamando justicia en vano.
Con un título que evoca al imaginario "Tarantinesco", el poderoso libro de cuentos Perras de reserva de Dahlia de la Cerda nos presenta a diferentes mujeres que se encuentran unidas por el hilo conductor de la violencia, ya sea ejercida o sufrida por ellas. Estos personajes femeninos, dependiendo de las circunstancias, son víctimas o victimarias.
En la obra permea un tono que en ocasiones podría parecer hasta gracioso y cáustico, ya que algunos relatos describen detalladamente la estética del narco: cirugías pláticas, maquillaje, moda, música, decoración, etcétera. Los diálogos también nos permiten situarnos en cada contexto, gracias a un lenguaje coloquial y natural, apegado al lugar y momento en que viven los personajes.
Pero la violencia va escalando a medida que continuamos con la lectura y experimentamos la rabia que provoca vivir en un país donde se puede asesinar impunemente, donde la vida “no vale nada”, donde la justicia no llega nunca… al menos en el plano terrenal ya que uno de los personajes se convierte en vampira y consigue vengarse.
Al terminar ambas obras tuve la sensación de que algo se rompía dentro de mí. Junto con este sentimiento, se detona la reflexión y el agradecimiento a las autoras que se atrevieron a tomar las cenizas de tantas mujeres e infundirles vida contando sus historias.
Azucena Báez Durán