Cuatro mujeres: poemas en prosa de Sofía Ramírez

Poesía

Sofía Ramírez retrata a Anna Ajmátova, Grete Trakl, Marina Tsvietáieva y Zelda Fitzgerald, en un homenaje lírico a la fragilidad, la lucidez y la rebeldía.

Con estos poemas en prosa celebramos el Premio Iberoamericano “Ramón López Velarde” que obtuvo su autora “por su notable y sostenida labor en torno a la vida y obra del poeta jerezano”, que le será entregado en el marco de las Jornadas Lopezvelardeanas 2025.

Anna esconde milagros

Anna podía conocer los pensamientos antes de ser palabras y desmenuzaba los sueños antes de despertar. A él esto le asustaba, por eso intentó aprehenderla dieciséis veces distintas, pero ni el lienzo ni la piedra consiguieron expresar la incomprensible esencia de la veinteañera. El futuro se presentaba a la vuelta de la esquina pero apenas era la prehistoria de su vida, la de cada uno, la de los dos en la distancia.

Anna conocía sus inviernos austeros y él, su verano en plenitud. Había en Amadeo un débil halo de soledad que ella cubría de pétalos de rosa y poemas de Verlaine. Dos niños apenas, ella tejiendo su sombrero mientras él tocaba la cornamusa. Juntos rezaban por las noches para no despertar famosos de repente. Llovía sobre Anna la tibieza de un agua festiva y Amadeo interrumpía esa lluvia con su paraguas negro.

Anna vigilaba su sombra dilatada en el portal y la pintura devoraba entonces a la poesía. Pero Anna escondía milagros y Amadeo lo sabía.


Anna Ajmátova (1889-1966), poeta y mujer desnuda con gato pintada por Amadeo Modigliani.


Hermana Grete

I

Grete despierta. Es la única que entiende esa mirada vacía y los brotes de la locura. No le asusta que el hermano le explique el abandono ni el silencio de Dios. De su boca, brotan cantos negros cubiertos de inmundicias, pero ella siempre encuentra el polvo de una estrella en su resplandor. Aprendieron a leer la cartografía de sus cuerpos y por las tardes huían por oscuros senderos. Jugaban a los muertos tumbados en la humedad de la hierba y describían la ruta que trazan las gaviotas. Grete memoriza con sus dedos ese rostro de ángel perdido en la tierra. Él se sabe forastero cuando se recuesta en su regazo y ella le reprende con cariño ese gesto de culpa por la corrupción de la carne. Grete también sufre: sabe que la madre no tardará en descubrirlos y el miedo la estremece.

II

Grete despierta. En su interior, el vacío de una infancia confusa de remordimientos. Comparte la casa con un anciano que no conoce de ángeles enlodados ni murmullos nocturnos. Es un buen hombre. La llama esposa. Pero el hermano libera sus propias batallas en una guerra ajena y en el sueño, se reencuentran: comparten la misma tristeza y el mismo naufragio. Grete, la pequeña huérfana, escucha cantos oscuros al amanecer: el hermano ha decidido aliarse con la muerte y la abandona.

III

Grete despierta. Descubre sobre las sábanas una mariposa muerta. Su desnudez le revela un añejo tatuaje de manos y lenguas. El aliento le sabe a alquitrán y vino fermentado. Grete es mariposa y se aleja. Desde el viento, su cuerpo despierta.


Grete Trakl (1891-1917). Para su hermano Georg, era el sol negro de la melancolía.

Marina al filo del mundo

Es tarde. Hace un año que debería de estar en casa, pero en medio del desorden, del frío, del hambre, nada tiene sentido, ni los hermosos cuadernos empastados en piel ni la cornalina genovesa que me regaló Serguei. Busco el milagro de las palabras pequeñas para que expresen la inmensidad de mis emociones, pero Dios mira al lado opuesto. Estoy rota y no sé si por mi alma desnuda o por mi cuerpo que se descompone, como esas papas podridas de la bodega, congeladas y pegajosas, de las que había que elegir como alimento. Pero yo no escogí flagelar este cuerpo como tampoco elegí febrero. ¿Qué dolor dolerá más que la ausencia? ¿La pérdida o el abandono? El brillo de la nieve no consigue calmar este corazón helado, impotente, que oprime mi garganta y me aturde. Vivo en la ausencia, al filo del mundo, que es mi cuna y mi sepulcro. Dejé su vida en manos del Destino y Dios me castigó. Irina, mi sol y mi música, mi mar, nadie avisó que habías muerto y yo, Irina, te busqué incansablemente en la profundidad de mi ser. El dolor es tan grande que desborda mi alma. Recuerdo tus manos, azules de frío, y tus ojos ansiosos por conocerlo todo. Sabías, en tu memoria de anciana, que yo te dejaría a merced de la suerte. Yo tengo frío, tú mueres de hambre. No sé dónde buscarte pero de sobra reconozco que no entre las flores. Me aterra adivinar que no recibiste un abrazo. Sé que un suspiro breve te encaminó a la eternidad pero no estuve ahí para darte el beso del viajero ni la bendición del que espera. Tu verdugo fue la falta de pan y yo maldigo la guerra, maldigo este invierno eterno y sus interminables noches blancas. No soy la madre que mi madre esperaba. No supe proteger mi casa ni encender el fuego. No toco el piano y no encuentro a mi esposo. Estoy condenada a vivir con la muerte recorriendo las calles.


Marina Tsvietáieva (1892-1941) poeta y espíritu libre.


Zelda tiene la mente partida

Zelda tiene la mente partida y se sabe prisión y prisionera. Mientras su marido describe sueños de grandeza y poder, ella baila entre nubes. Viste de organza y chifón, seda y muselina. Se acicala en el espejo la máscara que le proyecta la dotación de tranquilizantes. Scott, el marido, bebe alcohol, ella se bebe a sí misma con barbitúricos. Son felices: hay una hija.

Ahora te lo digo, no me debes nada. Ni París ni su luz, ni el amor, tan sólo el desorden. He visto cómo acaban tus creaciones y yo soy un personaje. Te pedí un vals y tú cambiaste mis vestidos de organza y chifón por una camisola blanca como las paredes, como las margaritas que contemplo tras los ventanales. Tu corazón se detuvo pero no por amarme. La sangre dejó de fluir. Hoy todos hablan de ti, como entonces, como siempre, y yo que sólo te pedí un vals, que me reservaras un vals para no dejar mis huesos al final de la escalera o en aquel hospital. Te lo repito, no me debes nada, ni siquiera este fuego primigenio que me consume.

Zelda tiene la mente partida y se sabe prisión y prisionera. Está recluida en su habitación. Espera su dotación de choques eléctricos. Comienza el fuego y es el noveno cuerpo calcinado en Asheville.


Zelda Fitzgerald (1900-1948) bailarina, pintora, escritora, rebelde y provocadora.

AQ

Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados. <br> Más notas en: <a class='nd-disclaimer-base__ft-link' href='/cultura/laberinto' target='_blank' rel='nofollow'>/cultura/laberinto</a>
Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.
Más notas en: /cultura/laberinto