‘Nickel Boys’: cine como acto de justicia poética

Cine

A partir de la novela de Colson Whitehead, el director RaMell Ross construye una película formalmente arriesgada y conmovedora, en la que la violencia racial es simbólica, apenas sugerida.

Nickel Boys debe ser analizada para dar sentido a una belleza que se presenta al espectador como fuerza natural. La película ha sido reconocida por críticos, gremios fílmicos y asociaciones culturales, pero no por los Oscar, no por Cannes. Quizá sea que estos últimos prefieren olvidar la historia de una civilización construida sobre un cementerio de inocentes: indígenas, asiáticos, negros y latinos.

A diferencia del consuelo que ofrecen películas como Green Book o The Shawshank Redemption, Nickel Boys no da palmaditas en el hombro de los espectadores; más bien los encara. La película está situada en los años de 1960, cuando Malcolm X está abriendo grietas en un sistema que va a asesinarlo. Pero, más allá de contextualizar, en Nickel Boys la crítica debe ayudar al espectador a orientarse en una estructura narrativa que no es lineal ni complaciente.

Heredera de la novela de Colson Whitehead, ganador del Pulitzer, el guion va y viene en torno a un muchacho que, como tantos otros, “se esfumó” en cierto reformatorio. El asunto es entonces: ¿quién cuenta la historia de Elwood? El director utiliza dos artificios que nos evitan el desagrado de la impotencia: el abuso hacia los muchachos negros siempre sucede en modo simbólico. Una mujer blanca, por ejemplo, recibe al protagonista y ordena: desvístete. Lo siguiente que vemos es a un niño en calzoncillos entrando en una piscina y luego, con todo arte, la cámara se concentra en los pies desde abajo, jugueteando allá adentro. Nada más. Toda violencia es aquí metafórica. No se insinúa nada más.

El segundo artificio es la fragmentación narrativa que es original de la novela. El reformatorio existió, se encontraron fosas comunes, pero no hubo un juicio. Nadie rindió cuentas. No hubo responsables. Muchos de los abusadores siguen vivos. Y la forma en que esto se narra es sorprendente: una víctima ha tomado la identidad de otra. En este sentido, Nickel Boys puede resultar tan difícil de ver como Ese oscuro objeto del deseo de Luis Buñuel. Aquí, sin embargo, el cambio en el sujeto que hemos estado siguiendo no consiste en evocar la frivolidad del deseo burgués (que no tiene rostro) sino en la anulación de la personalidad de un pueblo que vivió la más grande atrocidad en la historia humana: la alienación angloamericana contra los afroamericanos.

Así, el arco dramático de los protagonistas es más ambiguo y potente. Está construido con base en espejos existenciales. Turner es el muchacho inocente. Elwood es el que quiere justicia. Y el montaje va y viene entre ellos con viñetas que tal vez sean sueños o alucinaciones. Son montaje en el sentido que adivinó Eisenstein. Chicos que acarician caballos, la carrera espacial, la esperanza política, un western, la infamia. El Ku Klux Klan. Todo esto se intercala con las actuaciones espectaculares de ambos protagonistas y una música que no ambienta, que más bien exhala con ruidos ominosos una partitura que respira al ritmo agitado de la explotación sistémica de este que se precia de ser el país más rico del mundo y que se construyó sobre cuatrocientos años de comercio transatlántico de esclavos.

Nickel Boys es una película para ser disfrutada como si fuera el Guernica. Ganó todos los premios importantes no tanto por su perfección moral sino por la consistencia formal de un guion que aspira a dar justicia al nombre de un niño que no debe desaparecer. RaMell Ross, como todo gran artista, no dirige cine, produce verdad.

Dónde ver ‘Nickel Boys’ en México

‘Nickel Boys’, de RaMell Ross, está disponible en Amazon Prime Video.

AQ

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