• José Emilio Pacheco, el eterno reescritor: las modificaciones en 'Las batallas en el desierto'

  • Literatura
  • Un cotejo entre la primera y la última versión de 'Las batallas en el desierto', publicada originalmente el 7 de junio de 1980, revela el inconformismo literario del escritor mexicano y su fe en la reescritura como destino.
José Emilio Pacheco, autor de 'Las batallas en el desierto'. (Archivo)

José Emilio Pacheco (1939-2014) reconocía que la reescritura de su obra suscitaba opiniones adversas entre sus lectores. A la periodista colombiana Sara Araújo Castro le dijo en agosto de 2009: «La gente se pregunta para qué lo hago; está mal visto. Me dicen: “Me cambiaste el poema que había leído”. Se siente un agravio al poema, y lo cierto es que yo parto de una idea poco optimista: si tú leíste ese poema una vez, no lo releerás 28 años después».

La desacralización de sus escritos, en verso y prosa, fue, para él, una tarea impostergable. “Lo que pienso es que si lo puedo mejorar, lo mejoro. ¿Por qué va a haber un respeto sagrado al texto literario que no hay con el libro de biología? […] Claro, es una pérdida de tiempo; debería estar haciendo cosas nuevas. […] Uno busca la perfección, pero es momentánea. Pasado el tiempo vuelvo a ver lo escrito y me doy cuenta de que hay que corregirlo, una y otra vez.»

Las batallas en el desierto no fue la excepción a tan estricta mirada. El cotejo entre su primera publicación el 7 de junio de 1980 en el suplemento sábado del unomásuno, y la más reciente edición (Planeta / Tusquets, 2024) arroja incontables modificaciones; algunas, mínimas (un verbo, un apellido), y en otros casos los párrafos aumentaron de tamaño y JEP, incluso, modificó las décadas transcurridas entre la historia y el instante en que el lector se adentra en la novela.

Ofrezco muestras comparativas entre la versión aparecida hace 45 años y la más reciente.

Primera edición de la novela (1981) en Ediciones ERA y la edición más reciente en Tusquets (2024)
Primera edición de la novela (1981) en Ediciones ERA y la edición más reciente en Tusquets (2024)


IV. Lugar de enmedio

[1980]

Mi padre casi no salía de la fábrica de jabones que se ahogaba ante la competencia y la publicidad de las marcas norteamericanas. Anunciaban por radio los nuevos detergentes: Fab, Ace, Vel, y sentenciaban: “El jabón pasó a la historia”.

Una mañana —el día de oración y penitencia que monseñor Martínez, arzobispo de México, decretó contra el avance del comunismo— le estaba mostrando a Jim en el recreo mis Pequeños Grandes Libros, novelas ilustradas argentinas que en un extremo de la página tenían cinito: las figuras parecían moverse si uno dejaba correr las hojas con el pulgar, cuando gritó Rosales: Ey, miren, esos dos son putos. Vamos a darles pamba a los putos. Me le fui encima a golpes. Pásate a tu madre, pinche buey, y verás qué tan puto, indio pendejo. El profesor nos separó. Yo con el labio roto, Rosales con sangre de la nariz que le manchaba la camisa.

[2024]

Mi padre no salía de su fábrica de jabones que se ahogaba ante la competencia y la publicidad de las marcas norteamericanas. Anunciaban por radio los nuevos detergentes: Ace, Fab, Vel, y sentenciaban: El jabón pasó a la historia. Aquella espuma que para todos (aún ignorantes de sus daños) significaba limpieza, comodidad, bienestar y, para las mujeres, liberación de horas sin término ante el lavadero, para nosotros representaba la cresta de la ola que se llevaba nuestros privilegios.

Monseñor Martínez, arzobispo de México, decretó un día de oración y penitencia contra el avance del comunismo. No olvido aquella mañana: en el recreo le mostraba a Jim uno de mis Pequeños Grandes Libros, novelas ilustradas que en el extremo superior de la página tenían cinito (las figuras parecían moverse si uno dejaba correr las hojas con el dedo pulgar), cuando Rosales, que nunca antes se había metido conmigo, gritó: Hey, miren: esos dos son putos. Vamos a darles pamba a los putos. Me le fui encima a golpes. Pásame a tu madre, pinche buey, y verás qué tan puto, indio pendejo. El profesor nos separó. Yo con un labio roto, él con sangre de la nariz que le manchaba la camisa.

Fotograma de 'Mariana, Mariana', película basada en la novela de Pacheco. (IMDb)
Fotograma de 'Mariana, Mariana', película basada en la novela de Pacheco. (IMDb)


V. Por hondo que sea el mar profundo

[1980]

El pleito convenció a Jim de que yo era su amigo. Un viernes me llevó por fin a merendar en su casa. Qué pena no poder invitarlo a la mía. Subimos al cuarto piso y abrió la puerta. Traigo llave porque a mi mamá no le gusta tener sirvienta. El departamento olía a perfume, estaba ordenado y muy limpio.

Muebles nuevos de Sears Roebuck. Una foto de la señora por Semo, otra de Jim en el Golden Gate, cuando cumplió un año, varias del Señor con el Presidente. La madre de Jim salió a recibirnos. ¿Así que tú eres Carlos? Qué gusto conocerte. Jim me ha hablado mucho de ti. Cuánto me alegra que hayas venido.

Nunca pensé que la madre de Jim fuera tan joven, tan elegante y sobre todo tan hermosa.

[2024]

El pleito convenció a Jim de que yo era su amigo. Un viernes hizo lo que nunca había hecho: me invitó a merendar en su casa. Qué pena no poder llevarlo a la mía. Subimos al tercer piso y abrió la puerta. Traigo llave porque a mi mamá no le gusta tener sirvienta. El departamento olía a perfume, estaba ordenado y muy limpio. Muebles flamantes de Sears Roebuck. Una foto de la señora por Semo, otra de Jim cuando cumplió un año (al fondo el Golden Gate), varias del Señor con el presidente en ceremonias, en inauguraciones, en el Tren Olivo, en el avión El Mexicano, en fotos de conjunto. «El Cachorro de la Revolución» y su equipo: los primeros universitarios que gobernaban el país. Técnicos, no políticos. Personalidades morales intachables, insistía la propaganda.

Nunca pensé que la madre de Jim fuera tan joven, tan elegante y sobre todo tan hermosa.

[1980]

Aquí tienes tu casa. Vuelve pronto. Muchas gracias de nuevo, señora. Gracias Jim. Nos vemos el lunes. Cómo me hubiera gustado permanecer allí para siempre o cuando menos llevarme la foto de Mariana que estaba en la sala.

Caminé por Tabasco y di vuelta en Córdoba para llegar a mi casa en Zacatecas. Había poca luz en los postes color de plata. Una sinfonola tocaba el bolero. Me llamó la atención la letra en que nunca antes había reparado. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo. Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la antigüedad más remota. Es imposible que algo suceda. Pero nadie escoge de quién se enamora ni cuándo ni dónde. ¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana? ¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a los nueve años es imposible buscar a ninguna niña. Lo más que se puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza.

[2024]

Aquí tienes tu casa. Vuelve pronto. Muchas gracias de nuevo, señora. Gracias, Jim. Nos vemos el lunes. Cómo me hubiera gustado permanecer allí para siempre o cuando menos llevarme la foto de Mariana que estaba en la sala.

Caminé por Tabasco, di vuelta en Córdoba para llegar a mi casa en Zacatecas. Los faroles plateados daban muy poca luz. Ciudad en penumbra, misteriosa colonia Roma de entonces. Átomo del inmenso mundo, dispuesto muchos años antes de mi nacimiento como una escenografía para mi representación. Una sinfonola tocaba el bolero. Hasta ese momento la música había sido nada más el Himno Nacional, los cánticos de mayo en la iglesia, Cri Cri, sus canciones infantiles —Los caballitos, Marcha de las letras, Negrito sandía, El ratón vaquero, Juan Pestañas— y la melodía circular, envolvente, húmeda de Ravel con que la XEQ iniciaba sus transmisiones a las seis y media, cuando mi padre encendía el radio para despertarme con el estruendo de La Legión de los Madrugadores. Al escuchar el otro bolero que nada tenía que ver con el de Ravel, me llamó la atención la letra. Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo.

Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana. ¿Qué va a pasar? No pasará nada. Es imposible que algo suceda. ¿Qué haré? ¿Cambiarme de escuela para no ver a Jim y por tanto no ver a Mariana? ¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza.

Portada del suplemento 'sábado', donde apareció la historia de Pacheco por primera vez. (Cortesía)
Portada del suplemento 'sábado', donde apareció la historia de Pacheco por primera vez. (Cortesía)

VII. Hoy como nunca

[1980]

Hasta que un día —un día nublado de los que me encantan y no le gustan a nadie— sentí que era imposible resistir más.

Estábamos en clase de lengua nacional. Eran las once. Pedí permiso para ir al baño. Salí en secreto de la escuela. Toqué el timbre de su departamento. Una dos tres veces. Al fin me abrió Mariana, fresca, hermosísima, sin maquillaje. Llevaba un kimono de seda. Tenía en la mano un rastrillo como el de mi padre pero en miniatura. Cuando llegué se estaba afeitando las axilas, las piernas. Por supuesto se asombró al verme. Carlos ¿qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo a Jim? No, no señora: Jim está muy bien, no pasa nada.

De algún modo ya estábamos sentados en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido.

No pasa nada, repetí. Es que... No sé cómo decirlo, señora. Me da tanta pena. Qué pensará usted de mí. Carlitos, no te entiendo. Me parece muy extraño verte así y a esta hora. Deberías estar en la escuela ¿no es verdad? Sí claro, pero es que ya no puedo, ya no pude. Me salí sin permiso. Nadie sabe que estoy con usted. No le vaya a decir a nadie que vine. Y a Jim, por favor, menos que a nadie. Prométalo.

Vamos a ver. Dime por qué andas tan exaltado: ¿Ha ocurrido algo malo en tu casa? ¿Tuviste algún problema en la escuela? ¿Quieres un poco de agua mineral, un chocomilk, una cocacola? Ten confianza en mí. Dime en qué forma puedo ayudarte. No, no puede ayudarme, señora. ¿Por qué no, Carlitos?

Porque lo que vengo a decirle —ya de una vez, señora; y de, verdad le ruego que me perdone— es que estoy enamorado de usted.

[2024]

Hasta que un día —un día nublado de los que me encantan y no le gustan a nadie— sentí que era imposible resistir más. Estábamos en clase de lengua nacional como se le llamaba al español. Mondragón nos enseñaba el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo: Hubiera o hubiese amado, hubieras o hubieses amado, hubiera o hubiese amado, hubiéramos o hubiésemos amado, hubierais o hubieseis amado, hubieran o hubiesen amado. Eran las once. Pedí permiso para ir al baño. Salí en secreto de la escuela. Toqué el timbre del departamento 4. Una dos tres veces. Al fin me abrió Mariana: fresca, hermosísima, sin maquillaje. Llevaba un kimono de seda. Tenía en la mano un rastrillo como el de mi padre pero en miniatura. Cuando llegué se estaba afeitando las axilas, las piernas. Por supuesto se asombró al verme. Carlos, ¿qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo a Jim? No, no señora: Jim está muy bien, no pasa nada.

Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por un segundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, los senos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada, repetí. Es que... No sé cómo decirle, señora. Me da tanta pena. Qué va a pensar usted de mí. Carlos, de verdad no te entiendo. Me parece muy extraño verte así y a esta hora. Deberías estar en clase, ¿no es cierto? Sí claro, pero es que ya no puedo, ya no pude. Me escapé, me salí sin permiso. Si me cachan me expulsan. Nadie sabe que estoy con usted. Por favor, no le vaya a decir a nadie que vine. Y a Jim, se lo suplico, menos que a nadie. Prométalo.

Vamos a ver: ¿Por qué andas tan exaltado? ¿Ha ocurrido algo malo en tu casa? ¿Tuviste algún problema en la escuela? ¿Quieres un chocomilk, una Coca Cola, un poco de agua mineral? Ten confianza en mí. Dime en qué forma puedo ayudarte. No, no puede ayudarme, señora. ¿Por qué no, Carlitos? Porque lo que vengo a decirle —ya de una vez, señora, y perdóneme— es que estoy enamorado de usted.


X. La lluvia de fuego

[1980]

Mi madre se había olvidado de los escándalos de Héctor. Héctor se vanagloriaba de ser “conejo” de la Universidad y decía que fue uno de los militantes derechistas que expulsaron al rector Zubirán y más tarde borraron el letrero “Dios no existe” en el mural que Diego Rivera pintó en el hotel del Prado.

Sus únicas lecturas eran Mi lucha, las biografías del mariscal Rommel, la Breve historia de México del maestro Vasconcelos. (Por su parte mi padre devoraba Cómo ganar amigos e influir en los negocios, El dominio de sí mismo, El poder del pensamiento positivo, La vida comienza a los cuarenta). Héctor, quién lo viera ahora, tantos años después. El cincuentón enjuto, calvo, solemne, elegantísimo, millonario, en que se ha convertido mi hermano. Tan grave, tan serio, tan devoto, tan decente, tan respetable, tan digno en su papel de hombre de empresa al servicio de las transnacionales, caballero católico, padre de catorce hijos, gran señor de la extrema derecha mexicana (en esto al menos ha sido de una coherencia a toda prueba).

[2024]

Mi madre se había olvidado de Héctor. Héctor se vanagloriaba de ser conejo de la Universidad. Decía que él fue uno de los militantes derechistas que expulsaron al rector Zubirán y borraron el letrero «Dios no existe» en el mural que Diego Rivera pintó en el Hotel Del Prado.

Héctor leía Mi lucha, libros sobre el mariscal Rommel, la Breve historia de México del maestro Vasconcelos, Garañón en el harén, Las noches de la insaciable, Memorias de una ninfómana, novelitas pornográficas impresas en La Habana que se vendían bajo cuerda en San Juan de Letrán y en los alrededores del Tívoli. Mi padre devoraba Cómo ganar amigos e influir en los negocios, El dominio de sí mismo, El poder del pensamiento positivo, La vida comienza a los cuarenta. Mi madre escuchaba todas las radionovelas de la XEW mientras hacía sus quehaceres y a veces descansaba leyendo algo de Hugo Wast o M. Delly.

Héctor, quién lo viera ahora. El industrial enjuto, calvo, solemne y elegante en que se ha convertido mi hermano. Tan grave, tan serio, tan devoto, tan respetable, tan digno en su papel de hombre de empresa al servicio de las transnacionales. Caballero católico, padre de once hijos, gran señor de la extrema derecha mexicana. (En esto al menos ha sido de una coherencia a toda prueba.)


XI. Espectros

[1980]

Cuando me declararon perverso, mi madre juzgó que la niña corría peligro. Pasaron su cama a la pieza de las mayores, con gran disgusto de Isabel, que estudiaba en la Preparatoria, y de Rosa María que acababa de recibirse de secretaria en inglés y español.

Héctor pidió que compartiéramos la habitación. Mis padres se negaron. A raíz de sus hazañas policiales y su último intento de forzar a una criada que para colmo tenía en su cuarto un hijo casi de mi edad, Héctor dormía bajo candado en el sótano y únicamente le daban cobijas y un colchón viejo. Su antigua recámara la utilizaba mi padre para guardar la contabilidad secreta de la fábrica y repetir mil veces cada lección de sus discos. No conozco otra persona adulta que en efecto haya aprendido a hablar inglés en menos de un año. Ciertamente no le quedaba otro remedio.

Escuché sin ser visto una conversación entre mis padres. Pobre Carlitos. No te preocupes, se le pasará. No, esto lo va a afectar toda su vida; qué mala suerte; cómo pudo ocurrirle a nuestro hijo; fue un accidente, como si lo hubiera atropellado un camión, haz de cuenta. Dentro de unas semanas ya ni se acordará.

[2024]

Cuando me declararon perverso, mi madre juzgó que la niña corría peligro. La cambiaron a la pieza de las mayores, con gran disgusto de Isabel, que estudiaba en la Preparatoria, y de Rosa María que acababa de recibirse de secretaria en inglés y español.

Héctor pidió que compartiéramos la habitación. Mis padres se negaron. A raíz de sus hazañas policiales y su último intento de forzar a una criada, Héctor dormía bajo candado en el sótano. Sólo le daban cobijas y un colchón viejo. Su antigua recámara la utilizaba mi padre para guardar la contabilidad secreta de la fábrica y repetir mil veces cada lección de sus discos. At what time did you go to bed last night, that you are not yet up? I went to bed very late, and I overslept myself. I could not sleep until four o'clock in the morning. My servant did not call me, therefore I did not wake up. No conozco otra persona adulta que en efecto haya aprendido a hablar inglés en menos de un año. No le quedaba otro remedio.

Escuché sin ser visto una conversación entre mis padres. Pobre Carlitos. No te preocupes, se le pasará. No, esto lo va a afectar toda su vida. Qué mala suerte. Cómo pudo ocurrirle a nuestro hijo. Fue un accidente, como si lo hubiera atropellado un camión, haz de cuenta. Dentro de unas semanas ya ni se acordará.

Fachada del Cine Balmori ca. 1940 (Especial)
Fachada del Cine Balmori ca. 1940 (Especial)

XII. Colonia Roma

[1980]

Al señor no le gustó que le alzara la voz ahí entre sus amigos poderosísimos: ministros, extranjeros millonarios, grandes socios de sus enjuagues, en fin. Y la abofeteó delante de todo el mundo y le gritó que ella no tenía derecho a hablar de honradez porque era una puta. Mariana se levantó y se fue a su casa y se tomó un frasco de Nembutal o se abrió las venas con una hoja de rasurar o se pegó un tiro o hizo todo esto junto, no sé bien cómo estuvo. El caso es que al despertar Jim la encontró muerta, bañada en sangre. Por poco se muere él también del dolor y del susto. Como no estaba el portero del edificio, fue a avisarle a Mondragón, no tenía a nadie más... Y ya ni modo: se enteró toda la escuela.

Su mamá le dejó a Jim una carta en inglés, una carta muy larga en la que le pedía perdón y le explicaba lo que te conté. Creo que también escribió otros recados pero quién sabe qué se hizo de ellos, pues el Señor de inmediato le echó tierra al asunto y nos prohibieron hacer comentarios entre nosotros y sobre todo en nuestras casas. Pero ya ves cómo corren los chismes y qué difícil es guardar un secreto. Pobre Jim, pobre cuate, tanto que lo fregamos en la escuela. De verdad me arrepiento.

[2024]

Al Señor no le gustó que le alzara la voz allí delante de sus amigos poderosísimos: ministros, extranjeros millonarios, grandes socios de sus enjuagues, en fin. Y la abofeteó delante de todo el mundo y le gritó que ella no tenía derecho a hablar de honradez porque era una puta.

Mariana se levantó y se fue a su casa en un libre y se tomó un frasco de Nembutal o se abrió las venas con una hoja de rasurar o se pegó un tiro o hizo todo esto junto, no sé bien cómo estuvo. El caso es que al despertar Jim la encontró muerta, bañada en sangre. Por poco él también se muere del dolor y del susto. Como no estaba el portero del edificio, Jim fue a avisarle a Mondragón: no tenía a nadie más. Y ya ni modo: se enteró toda la escuela. Hubieras visto el montonal de curiosos y la Cruz Verde y el agente del ministerio público y la policía.

No me atreví a verla muerta, pero cuando la sacaron en camilla las sábanas estaban todas llenas de sangre. Para todos nosotros fue lo más horrible que nos ha pasado en la vida. Su mamá le dejó a Jim una carta en inglés, una carta muy larga en que le pedía perdón y le explicaba lo que te conté. Creo que también escribió otros recados —a lo mejor había uno para ti, cómo saberlo— aunque se hicieron humo, pues el Señor de inmediato le echó tierra al asunto y nos prohibieron hacer comentarios entre nosotros y sobre todo en nuestras casas. Pero ya ves cómo vuelan los chismes y qué difícil es guardar un secreto. Pobre Jim, pobre cuate, tanto que lo fregamos en la escuela. De verdad me arrepiento.

[1980]

Qué antigua, qué remota, qué imposible esta historia. Pero existió Mariana, existió Jim, existió cuanto me he repetido después de tantos años de rehusarme a enfrentarlo. Nunca sabré si el suicidio fue cierto. Jamás volví a ver a Rosales ni a nadie de aquella época. Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si viviera tendría sesenta años.

[2024]

Qué antigua, qué remota, qué imposible esta historia. Pero existió Mariana, existió Jim, existió cuanto me he repetido después de tanto tiempo de rehusarme a enfrentarlo. Nunca sabré si el suicidio fue cierto. Jamás volví a ver a Rosales ni a nadie de aquella época. Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si hoy viviera tendría ya ochenta años.

Jesús Quintero es sdministrador de 'José Emilio Pacheco: Textos a la deriva' en Facebook.

ÁSS

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