Es tan tóxica la reforma judicial de la 4T que los cuatroteístas perspicaces no han tenido más remedio que abordarla con argumentos evasivos. Recojo cuatro de ellos: 1) el Poder Judicial mexicano (PJM) tenía muchos vicios y urgía cambiarlo; 2) se trataba de un mandato electoral; 3) la oposición entregó la plaza al hacer el vacío; 4) varias Morenas, no una, controlarán el PJM. Renuentes a defender la perversa ocurrencia de López Obrador, recurren al expediente fácil de la crítica a los opositores. Veamos.
Primero: en vez de cambiar el PJM para contrarrestar su corrupción y elitismo, se le colonizó. Segundo: el supuesto mandato resultó seriamente cuestionado por una raquítica participación —pese al grosero acarreo— que demostró que a la gente no le interesa votar al PJM. Tercero: la idea de que la oposición facilitó la farsa al replegarse es francamente penosa. Me detengo en el cuarto argumento. No habrá una persona que por sí sola domine al PJM porque la dirección del partido está fragmentada, es cierto, pero esto ya es trágico: quien caiga en un tribunal tendrá que rezar para que ninguna de las corrientes tenga algo en su contra. Ahora bien, el vínculo de la mayoría de los juzgadores a Morena no se cuestiona, solo se aduce el supuesto atenuante del tribalismo, que por cierto evoca los tiempos del PRI hegemónico, cuando la alternancia y la rendición de cuentas solo podían verse en su interior. La pregunta es cuál de las futuras tribus judiciales se atrevería a desacatar una orden de AMLO. Casi todos los ministros de la Corte y los magistrados del Tribunal de Disciplina —la santa inquisición, le llaman— serán obradoristas. Y la misma sumisión se dará con Sheinbaum si decide encarnar la autocracia que ha heredado.
He aquí el meollo del asunto. Hay en México, como sostuve en un artículo reciente (“Régimen ornitorrinco”, Proceso, 06/25), un régimen híbrido que mezcla ingredientes presidencialistas con resabios del obradorismo y barruntos de politburó. Aunque la Presidenta cuenta con el instrumental constitucional y metaconstitucional para desactivar la fuerza de su antecesor y la de los mandarines de Morena y encabezar un gobierno más potente que los del siglo pasado, no ha querido o no ha sabido hacerlo. Es probable que la condición humana la lleve en unos tres años a concentrar todo el poder, y entonces no habrá nada que evite el paso del PJM tribal al PJM de la mandamás en turno. Pero sea que se imponga el presidencialismo o que se mantenga la actual fragmentación de mando, todo aquel que no se sume a la 4T estará en desventaja a la hora de buscar justicia. La toxicidad no está solo en el fin de la carrera judicial sino sobre todo en el principio de una judicatura sectaria. Con togas de tonalidades moradas o con uniforme guinda, en el nuevo PJM disidencia será marginación.
A mí solo me quedan dos esperanzas. Una, que menguará en la medida en que la “santa inquisición” ejerza su potestad totalitaria —que más que vigilar la ideología es imponer la obediencia—, es que surjan juzgadores con “la arrogancia de sentirse libres”. La otra es que la reforma judicial contenga —para decirlo en la jerga del extremismo cuatrotero— el germen caótico de su autodestrucción. Pero ojo: esto no es lucha de clases, es lucha de claques.