Imágenes de Los Ángeles

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En las calles de Los Ángeles, la revuelta vuelve a tomar forma. No es una sola manifestación masiva ni una huelga sindical. Es un mosaico fragmentado de acciones directas, performances espontáneos, mantas bordadas a mano, rostros cubiertos con pasamontañas o paliacates, celulares que graban desde todos los ángulos posibles. Es, sobre todo, una disputa por la imagen.

El detonante ha sido el recrudecimiento de las redadas migratorias, alentadas por una demencial narrativa trumpiana, que reduce la identidad a un número de serie y el cuerpo a un expediente. Pero lo que ha emergido como respuesta no es sólo una consigna, sino una estética: la del anonimato organizado, la de la dignidad encapuchada.

Hace no mucho tuve una conversación allá en Westwood con Oliver Stone, legendario director de Platoon, de JFK, de The Doors, Nixon... Justo hablamos de la imagen, del poder, del cine, de la rebeldía, de cómo las cámaras han dejado de pertenecer sólo a los noticieros para transformarse en armas de doble filo. Stone, con la experiencia de haber filmado guerras y biografías de líderes mundiales, insistía en que el problema ya no es producir imágenes, sino resistir su desgaste. “Cuanto más conscientes nos volvemos de la imagen”, me dijo, “más difícil es que nos afecte”.

Y sin embargo, algo ocurre en las calles de aquella ciudad en la que nos reunimos. Jóvenes con celulares viejos editan en tiempo real pequeños clips de protesta, mientras colectivos de artistas chicanos con los que también conviví, levantan altares visuales en honor a los deportados. Hay algo profundamente nuevo en todo esto, aunque se alimente de rituales antiguos. Una especie de cine colectivo, sin director ni caudillo, que circula en redes antes que en festivales o en Netflix.

La máscara, en ese contexto, no es un disfraz. Es método. No busca ocultar la identidad sino disolverla, fundirla en un cuerpo mayor. En las protestas frente a las oficinas del ICE en el Downtown, la consigna no era solo “No más deportaciones”, sino también una forma de estar ahí: sin protagonismos ni centralidades, con el afán de quienes saben que la mirada del Estado es selectiva, y que la visibilidad también puede ser una trampa.

En la revista Icónica, un reciente ensayo de Diego Alba señalaba que el nuevo cine político en México está más cerca del archivo intervenido que del gran relato heroico. Quizás algo similar sucede hoy en estas protestas: la revolución visual no está en el contenido, sino en la forma. En cómo se rechaza la narrativa vertical y fascista, en cómo se produce memoria desde abajo.

Stone recordaba en nuestra charla que, al rechazar ir a la ceremonia del Oscar en 1996 para viajar a la selva lacandona de Chiapas a conocer al Subcomandante Marcos, fue criticado por convertir una causa política (su apoyo al EZLN) en espectáculo. Hoy la línea entre protesta y performance es más difusa que nunca, pero también más potente. La diferencia crucial está en quién sostiene la cámara y para qué.

En los noventa, Stone quería conocer a ese tal Marcos. Quería ver con sus propios ojos qué era eso del zapatismo. Me platicó que el subcomandante llegó a caballo a su encuentro en “La Realidad”, con una docena de insurgentes, todos con el rostro cubierto. “Era como si salieran de un poema”, rememoró. “Entendí que los zapatistas no querían el poder. Buscaban un sentido digno”.

No se trata de romantizar ahora las calles angelinas. Hay miedo. Hay detenciones. Hay familias rotas. Pero también hay algo que no se deja traducir tan fácilmente: la persistencia de lo común, más allá de banderas nacionales. Un lenguaje corporal, colectivo y diverso que se opone al algoritmo y al fascismo. Un arte efímero que desarma la lógica binaria del enemigo.

En Los Ángeles, esa ciudad que ha vendido millones de ficciones al mundo, hay ahora otra historia que se está contando sin miedo ni guiones. Una historia escrita en las calles con rostros anónimos, con voz quebrada, con imágenes que no necesitan efectos especiales para dar donde duele. Una historia que justo empieza cuando la pantalla se apaga.


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Diego Enrique Osorno
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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