Una punta de lápiz puede editar todas las erratas de la engreída saliva de un fascista, corregir el delirio amarillo de su cabellera autoritaria y delinear el sano perfil de los límites que hemos de intentar cuadricular a la locura. Un bolígrafo redacta al vuelo la serenidad de un paisaje donde ningún migrante merece ser considerado criminal y la estilográfica ensaya la caligrafía humanista donde hemos de pedir perdón a tanto muerto y desaparecido, la punta microscópica que alivie las aberraciones geográficas de la baba imperialista, las aguas sin nombre y sin propiedad privativa… y el amanecer constante.

Algo de eso transpira el Festival Literario y la anual Conferencia de Escritores de San Miguel de Allende, Guanajuato, convertido en mundo cada año para elación de lectores y satisfacción de autores de inmensa estatura. Desde 2006 y bajo el timón de la incansable Susan Page, este milagro cultural ha traído a México a los mejores escritores de todos los idiomas y durante una semana siembra de alta cultura el paisaje que fue cuna de una identidad contra toda forma de esclavitud.
Es un privilegio ver andar por los empedrados la alborotada y ya canosa imaginación de Margaret Atwood o la sabia prosa caminante de John Irving, el que inventó un mundo incluyente y libertario hace medio siglo y que hoy parece querer renunciar a su ciudadanía norteamericana para luchar por la soberanía canadiense y por allá van los contingentes de entusiasmados escritores en ciernes que acuden a este milagro para abrevar de todos los talleres posibles, convivir con pares y poner a prueba la elasticidad de sus versos y el peso de sus prosas.
Aquí viví un año en la confección de lo que se convirtió en mi primer libro y aquí he sido feliz. He vuelto luego de muchos años de lejos para intentar confirmar que lo único que nos salva está en los libros, que los idiomas se traducen con el corazón y que la lectura incluso en silencio es una comunión misteriosa incluso con las voces de los difuntos. De eso no entiende la empoderada ignorancia y la soberbia engreída de quienes jamás acudirán a la nao de la tinta ensortijada por sílabas que año con año germinan un milagro multicultural y bilingüe en torno al apellido de Susan Page, una maravillosa musa que florece en San Miguel de Allende con el contagio de su sonrisa.