Hace un año que no baila el muñeco: en recuerdo de Ignacio Trejo Fuentes

In memoriam

Este texto forma parte del libro testimonial que prepara Josefina Estrada sobre la vida y obra del periodista y escritor, quien falleció el 30 de mayo de 2024.

“Aunque usted no lo crea…”, Ignacio Trejo Fuentes y yo bebimos más café que cerveza. Durante varios semestres, y dos veces a la semana, coincidíamos en la cafetería de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, más conocida como la Facultad Ciencias Polacas o la Facultad de Ciencia Ficción. Con él y tres o cuatro profesores más hacíamos grandes tertulias matutinas sobre literatura y periodismo, contábamos decenas de anécdotas de todo tipo y chismes. Algunos habíamos dado clase muy temprano. Él, luego de tomar un vaso gigante de café, hacia el mediodía se iba a su salón.

¿Cómo y cuándo nos conocimos? Hacia finales de los años setenta, en la mencionada e inolvidable Facultad a la que entonces todavía se le llamaba “la escuelita”. Ahí nos vimos poco. Él era unos tres años mayor que yo y había terminado la carrera. Quizá nos encontramos más en el mítico Bar León de Pepe Arévalo y sus mulatos, con la China, desde luego. A mediados de 1980, supe que daría un curso de crítica literaria en el auditorio de la Torre Latinoamericana y me inscribí. Fue un taller espléndido de lectura, con la elaboración de reseñas respectivas, en el que fuimos del polaco Jerzy Kosinski a Salvador Castañeda, quien acababa de publicar su primera novela ¿Por qué no dijiste todo?, con la cual había obtenido el Premio Juan Grijalbo. Como es obvio, al final del taller fuimos todo el grupo a celebrarlo… a mi casa. Si algo abundó esa noche fueron palabras, risas y estados etílicos. Yo acabé bailando flamenco.

Pasaron los años y Nacho publicaba libros, crónicas, ensayos, reseñas en diversos espacios… Sí, publicaba, publicaba y publicaba e insólitamente nunca se sintió parido por las hadas bajo la luz de la luna. Era un hombre respetuoso, cuando alguien emitía una opinión o un juicio, decía: “Déjenlo hablar”. A él no le importaba si los cuates eran priistas, panistas o perredistas. Tengo la sensación de que todo el mundo lo quería. Nunca escuché a nadie hablar mal de él. Esto es raro en el mundillo literario.

Mario Vargas Llosa, 1936-2025. (Foto: Barry Domínguez) arrow-circle-right

Aunque traía la fiesta por dentro, a Ignacio se le veía sereno. En los últimos años del siglo XX, era fácil encontrarnos en presentaciones de libros, donde se iniciaba la juerga. Tenía lo que se llama pegue con el sexo opuesto. Era alto, delgado, guapetón y poseía un discurso con sal y pimienta. Lo que queda claro es que el lema “vino, mujeres y canto”, lo cumplía día a día. Noctívago, bromista, reventado, amiguero, gran cronista del asfalto. Su estado natural era recorrer calles y luego apagar la sed con los camaradas. Un poeta y periodista de esa generación y de la misma Facultad, muy cercano a él y muy querido, fue otro hidalguense: Arturo Trejo Villafuerte (no los unían lazos de sangre). Él ya tampoco está en este mundo; por cierto, se fue también en mayo, pero de 2020. En redes sociales, siempre mandaba “abrazos gordos y sinceros” como felicitación de cumpleaños.

Coincidimos con Nacho en diversas actividades literarias y a veces en la redacción de unomásuno, en donde fue colaborador puntual durante años, logrando desafiar a la parranda. Recuerdo que tuve el placer de presentar la antología de sus crónicas, editada en la maravillosa colección Lecturas Mexicanas, en el exconvento de San Lorenzo, naturalmente en el Centro Histórico. Fue una gran noche. De forma invariable, me consta, sobrellevaba la ebriedad con honor y humor. Imposible olvidar que organizó el baby shower de su pareja Ixchel Cordero en una cantina. Ella traería a su bellísima hija Irene a este mundo.

En el siglo XXI, por diversas causas, fue más difícil hallarnos. No obstante, el destino nos unía. Se reincorporó a dar clases y volvimos a las largas charlas. Le alegró saber que su libro Faros y sirenas yo lo hubiera incluido en el programa oficial de una materia y que fuera libro de cabecera en mis clases. Originalmente había sido su tesis de licenciatura. Empero, la actualizó con base en la experiencia profesional que tenía y el resultado fue un lujo.

Leía con compulsión. Una vez me dijo: “leo por muchos que no lo hacen”. Entre sus autores mexicanos consentidos: Jorge Ibargüengoitia, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, Gustavo Sainz, Luis Spota, Ricardo Garibay, Sergio Galindo… por mencionar algunos al azar. Sin duda, uno de los mejores críticos literarios de los últimos 50 años. Su inteligencia y agudeza para opinar generaban iración. Y si su vida era una sucesión de anécdotas con las que nos quedamos los amigos, de igual forma dejó la solidez de una obra periodística sobre la Ciudad de México que lo seducía las 24 horas y, en particular, sobre la colonia Roma y sus romanos. Y qué decir de Segunda voz, como se llama uno de sus libros, la voz del crítico literario.

No conforme con eso, se entregó a la narrativa. Uno de sus cuentos, en sábado de unomásuno causó revuelo. Si mal no recuerdo se llama “La telaraña de la homisida”, el cual relata que una mujer fue contagiada de sida por uno de sus amantes y decide, como venganza, contagiar a todos los escritores que le sea posible. En el relato hay una lista de autores, cada uno con sus atributos masculinos; y aunque son personajes, tienen nombres “reales”. Por supuesto, se cuidó mucho de mencionar solo a camaradas muuuy cercanos, para que no fuera a haber reclamos asesinos.

Siempre viajó en transporte público y ahí encontró decenas de temas para los trabajos reporteriles. Leía, observaba, escuchaba y redactaba. Justo en este tipo de transporte, en 1988, tuvo un accidente que resultó fatal para sus amigos. Él sobrevivió. Cuando se recuperó un poco empezó a trabajar dando cursos y era curioso verlo llegar con un parche en el ojo, no porque lo hubiera perdido, por fortuna; de hecho, el parche lo usaba en cualquiera de los dos ojos porque, debido al fuerte golpe que había recibido en la cabeza, veía doble. Meses después, logró que un médico, creo que del ISSSTE, lo operara y todo volvió a la normalidad. Quedó tan contento con la cirugía que mandó una carta al periódico para agradecer al galeno y al equipo médico todas las atenciones recibidas.

Era imposible verlo llegar a la Facultad o a cualquier lugar sin un libro en la mano. En los últimos años, leía a muchos jóvenes. Afirmaba que había promesas literarias. Sostenía que la responsabilidad de un escritor era escribir bien y saber contar una historia. Él lo demostró con creces con un aire de picaresca en la narrativa y en las crónicas y en su columna “Salivero”, con buen ritmo y estructura, con estilo ágil y fresco. Los textos periodísticos publicados en unomásuno aprehenden una etapa irrepetible, en todos los sentidos, del antiguo Distrito Federal.

Los nombres de sus libros son un acierto. Me encantan. Aunque sean novelas o ensayos, los titula con frases hechas o con nombres de canciones o de historietas o hace paráfrasis de otras obras como, por ejemplo, Loquitas pintadas o Hace un mes que no baila el muñeco o Lágrimas y risas o El vaquero más auténtico que existió o Tu párvula boca

Me enteré de sus problemas de salud. Nos hablamos por teléfono varias veces, pero… a cinco días de cumplir 69 años, el 30 de mayo de 2024, dejó a sus romanos, a sus compinches, a su familia, en una orfandad que pesa. Tengo pocas fotos con él, pero poseo la mayoría de sus libros. Mientras escribo estos recuerdos, los ojeo y los hojeo y me conmueve ver su letra. Dejo aquí sólo tres de las muchas dedicatorias que me obsequió y que atesoro:

En La Fiesta y la muerte enmascarada: “Para la gran Lucía este paseo nocturno por nuestra amadísima ciudad, con un abrazo de su ya viejo amigo Ignacio Trejo Fuentes”. (1999)

En Faros y sirenas: “Para la enorme Lucía, con agradecimiento eterno por interesarse en estas cosas, con la mano abierta de Ignacio Trejo Fuentes” (2001).

En Carta a los romanos: “Para la gran Lucía, estos delirios de mi agitado corazón, con un abrazote de su colega, lector, irador y ya viejo amigo. Las groserías, las guarradas y demás no son mías sino de los personajes. Ignacio Trejo Fuentes”. (2014)

Me emociona que en 1999 ya era “mi viejo amigo”.

¡Ay, cuánta nostalgia, carajo!

Mayo, 2025

AQ

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