El presidente Donald Trump desencadenó una guerra comercial mundial con la premisa de que imponer impuestos a otros países haría que los puestos de trabajo y las fábricas “volvieran con fuerza” a Estados Unidos.
Muchos líderes empresariales han mostrado su escepticismo ante esa propuesta. Algunos han manifestado su incredulidad. Sanjeev Bahl es optimista.
Desde su fábrica de Los Ángeles, Bahl supervisa a unas 250 personas que cosen, cortan y desgastan pantalones de mezclilla para marcas como Everlane, J. Crew y Ralph Lauren. Cosen y ensamblan 70 mil pares de pantalones al mes. En su opinión, Estados Unidos, puede volver a fabricar las cosas.
Pero hay una trampa. La operación solo funciona porque su empresa, Saitex, dirige una fábrica manufacturera y una fábrica de telas mucho más grandes en el sur de Vietnam, donde miles de trabajadores producen 500 mil pares de pantalones de mezclilla al mes.
Los aranceles de Trump han trastornado las cadenas de suministro, han afectado a las empresas y han enfocado las mentes de los líderes corporativos en una pregunta: ¿Estados Unidos tiene lo necesario para traer de regreso los empleos?
En muchas industrias, la tarea llevaría años, si no décadas. Estados Unidos carece de casi todas las partes del ecosistema manufacturero: los trabajadores, la capacitación, la tecnología y el apoyo gubernamental.
"Hay realidades muy duras", dijo Matt Priest, director ejecutivo del grupo comercial Distribuidores y Minoristas de Calzado de Estados Unidos.
Y la estrategia de Trump está envuelta en la incertidumbre. El mes pasado dijo: "No pretendemos fabricar zapatos deportivos y camisetas" en Estados Unidos.
Pero sus aranceles más elevados, que entrarán en vigor en julio, se enfocaron en países que fabrican ropa y calzado para venderlos a los estadunidenses. Vietnam, con un 46 por ciento, fue uno de los más afectados.
Esos aranceles, destinados a impulsar a las empresas a traer el trabajo de las fábricas al país, fueron considerados ilegales por una sentencia dictada la semana pasada por el Tribunal de Comercio Internacional de Estados Unidos.
Esa decisión fue suspendida temporalmente por otro tribunal, con lo que le dio tiempo a los jueces para evaluar una apelación del gobierno de Trump. En medio de todas las disputas legales, el presidente ha prometido encontrar otras maneras de alterar las normas del comercio.
Trump ha puesto de manifiesto las dificultades para acortar las enormes distancias, geográficas y logísticas, entre el lugar donde se fabrican muchos productos y el lugar donde se consumen.
El abismo quedó al descubierto durante la pandemia ocasionada por el covid, cuando las estrictas políticas sanitarias de los países asiáticos provocaron el cierre de fábricas.
Cuando volvieron a abrir, los pedidos se habían acumulado y las rutas marítimas se embotellaron cuando intentaron transportar mercancías a través de miles de kilómetros.
Para ejecutivos como Bahl la agitación causada por las políticas comerciales de Trump ha dado una nueva urgencia a los retos de la gestión de las cadenas de suministro mundiales.
"El miedo y la incertidumbre generalizados que trajo el covid fueron imprevistos", dijo Bahl.
"No había nada que pudiera ayudarnos, salvo el instinto de supervivencia".
En respuesta, Saitex abrió una fábrica en Los Ángeles en 2021. Desde que Trump anunció su intención de imponer fuertes aranceles a Vietnam, Bahl ha estado pensando en cuánto más puede fabricar en Estados Unidos. Dijo que probablemente podría llevar a Estados Unidos un 20 por ciento de la producción, frente al 10 por ciento actual.
Cree que Saitex podría ser un modelo para otras empresas de confección.
"Podríamos ser el catalizador de la hipótesis de que la manufactura puede volver a Estados Unidos", dijo.
Pero su experiencia muestra lo difícil que sería lograr eso.
No hay fábricas de tela en Estados Unidos a la escala de lo que necesita la industria, ni grandes proveedores de cremalleras y botones. El costo de funcionamiento de una fábrica es elevado. Luego está el problema de la mano de obra: simplemente no hay suficientes trabajadores.
Las fábricas estadunidenses ya tienen dificultades para cubrir unos 500 mil puestos de trabajo en el sector manufacturero, según las estimaciones de los economistas de Wells Fargo.
Calculan que para conseguir que la industria manufacturera vuelva a ser la parte del empleo que era en su punto más alto de la década de 1970, que Trump ha pedido en ocasiones, tendrían que abrirse nuevas fábricas y contratar a 22 millones de personas. Actualmente hay 7.2 millones de personas desempleadas.
Las medidas enérgicas de Trump contra la inmigración han empeorado las cosas.
Los puestos de trabajo de las fábricas se trasladaron al extranjero, a países como Vietnam, que tenían una población creciente y jóvenes que buscaban trabajo para salir de la pobreza. El futuro que imagina Trump, con millones de puestos de trabajo en fábricas, tendría que incluir a migrantes que buscaran esa misma oportunidad en Estados Unidos.
Steve Lamar, director ejecutivo de la Asociación Estadunidense de Ropa y Calzado, un grupo de presión del sector, dijo que existía una brecha entre una "noción romántica sobre la fabricación" y la disponibilidad de trabajadores estadunidenses.
"Mucha gente dice que deberíamos fabricar más ropa en Estados Unidos, pero cuando les preguntas, no quieren sentarse en la fábrica, ni quieren que sus hijos se sienten en la fábrica", dijo.
"El problema es que no hay más gente", añadió.
En la fábrica de Saitex en Los Ángeles, la mayoría de los trabajadores proceden de países como México, Guatemala y El Salvador.
Alrededor del 97 por ciento de la ropa y el calzado que compran los estadunidenses son importados debido a su costo. Entre las empresas que lo fabrican todo en Estados Unidos figuran firmas como Federal Prison Industries, también conocida como Unicor, que emplea a convictos para confeccionar uniformes militares por menos del salario mínimo, dijo Lamar.
Otras compañías fabrican algunas de sus líneas de ropa en Estados Unidos, como New Balance y Ralph Lauren. Otras están intentando un modelo en el que fabrican pequeños lotes de ropa en Estados Unidos para probar diseños y determinar su popularidad antes de encargar grandes pedidos, normalmente a fábricas de otros países.
Es difícil fabricar cosas en gran volumen en Estados Unidos. Para Bahl, se reduce al costo de un operador de máquina de coser. En Los Ángeles, esa persona cobra unos 4 mil dólares al mes. En Vietnam, son 500 dólares.
En la fábrica de Saitex en ese país, que Bahl estableció en 2012 en la provincia de Dong Nai, a una hora en coche de Ciudad Ho Chi Minh, hay más de una decena de líneas de confección perfectamente dispuestas y funcionando seis días a la semana.
En un día reciente, cientos de trabajadores pasaban los es de pantalones de mezclilla a través de las máquinas de coser con tanta rapidez que las telas, suspendidas brevemente en el aire, parecían volar.
El trabajo se vio incrementado por máquinas sofisticadas que pueden coser etiquetas en una decena de camisas a la vez, o marcar con láser un patrón de desgaste en varios pantalones de mezclilla. Cerca, en un carrusel de aerosoles, un robot imitaba los movimientos precisos de un trabajador que rociaba mezclilla.
"La velocidad es mucho mayor en Vietnam", dijo Gilles Cousin, director de la planta que supervisa la sección de costura.
Si Trump quiere que vuelvan los puestos de trabajo, dijo Bahl, debería conceder algunas exenciones arancelarias a empresas como Saitex, que están fabricando más en Estados Unidos.
Las fábricas estadunidenses como la suya no pueden expandirse sin importar muchas de las cosas que utilizan en sus productos finales.
Por su parte, Saitex envía fardos de algodón estadunidense a Vietnam, donde su fábrica de telas de dos pisos convierte la esponjosa pelusa de algodón en hilo y, después, en rollos de tela. A continuación, esa tela se tiñe y se envía de vuelta a Estados Unidos para su fábrica de Los Ángeles.
Hasta que haya suficiente impulso por parte de las empresas que fabrican cosas en Estados Unidos, la tela, las cremalleras y los botones tendrán que importarse al país.
Trasladar la producción desde el extranjero exigiría también inversiones enormes. Saitex ha invertido unos 150 millones de dólares en Vietnam, donde su fábrica recicla el 98 por ciento del agua, seca la mezclilla al aire y utiliza tecnología para reducir las emisiones de dióxido de carbono y disminuir las prácticas que requieren mucha mano de obra.
En Estados Unidos, Saitex ha gastado unos 25 millones de dólares. Se trata de compromisos a largo plazo que tardan al menos siete años en recuperarse, según Bahl.
En última instancia, si Trump decidiera mantener su arancel original del 46 por ciento sobre Vietnam y Saitex no pudiera suavizar el golpe financiero, tendría que buscar otros mercados para vender los productos que fabrica en Vietnam, como Europa, adonde envía aproximadamente la mitad de lo que fabrica actualmente.
"Pero entonces", dijo Bahl desde Los Ángeles, "¿qué pasará con nuestra fábrica de aquí?".
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ksh