Mañana nos caerá encima, a los habitantes de esta nación, la sentencia del supremo sacerdote del planeta, un sujeto que no tendría que oficiar como tal, vista su inaudita disposición a desmadrar el orden mundial.
No lo elegimos nosotros –así sea que hayamos consagrado, aquí en casa, a los primerísimos responsables de dejarnos sin medicamentos, de cederles escandalosas potestades a los delincuentes y de pisotear los fundamentos mismos de la República— sino que el pueblo bueno de Estados Unidos de América se olvidó de la decencia y le abrió la puerta a la más descarnada ruindad.
Sea como sea, el hecho es que ese hombre se ha arrogado la facultad, ejerciendo de insolente perdonavidas, de castigarnos o de darle vuelta temporalmente a la página para seguir agitando a su antojo el espantajo de los mentados aranceles.
El tema de las tarifas, curiosamente, no es una penitencia aplicada a los pueblos malos que comercian con la potencia imperial sino una cuota que se les cobra a los consumidores locales –los estadounidenses, en este caso— cuando compran artículos producidos fuera de sus fronteras.
La consecuencia directa del encarecimiento del tequila de Jalisco, del vino de Bordeaux, del whisky de Escocia, del cava catalán y del vodka neerlandés (el favorito de este escribidor) –por no hablar que de artículos de primerísima necesidad— es que los clientes habituales disminuyen sus compras y entonces los productores comienzan a sobrellevar las consecuentes dificultades.
De eso se trata: de encarecer para perjudicar. No parece la mejor receta para promover el comercio entre las naciones y el proteccionismo –justamente, la estrategia de cerrar fronteras a los demás y favorecer artificialmente a los locales— ha propiciado muy severas crisis económicas en otros momentos de la historia. Trump, el máximo castigador, no se ha enterado.
Hay un componente muy perturbador en el comportamiento del primer mandatario de la Unión Americana: la desaforada irracionalidad del personaje rompe con todos los moldes y lleva a que sus interlocutores se encuentren en una condición de perniciosa incertidumbre.
Es muy llamativo, en este sentido, que Trump aparezca como el factor más disruptivo (con perdón del latinajo propalado por el inglés del amo imperial) en el actual escenario económico. Pero, bueno, México es nada más una de sus tantas víctimas.