Ha llegado el momento de la venganza: el caudillo populista neoyorkino tiene un plan para dejar bien claro que ahora manda él, por encima de todas las cosas. Sobrellevó durante cuatro largos años la amargura de su derrota en las urnas –así sea que supiera, en el fondo, que no ganó las elecciones y que propalara la especie, adoptada fulminantemente por sus fanatizados y violentos seguidores, de que se perpetró un fraude— y tuvo que apechugar cuando los jueces lo hicieron comparecer para rendir cuentas por sus trapacerías. Supo, también, del rechazo de incontables personajes de la vida pública de su país y, enganchado al televisor, registró todas y cada una de las burlas de que fue objeto en las emisiones de comediantes y comentaristas.
Hombre tan pequeño como mezquino, tan egocéntrico como cruel y tan insensible como inescrupuloso, las cosas no podían quedarse ahí nada más, sin el correspondiente correctivo: restaurar la grandeza de “América”, con todo y las aguas del Golfo de México es, antes que nada, una empresa de acoso y derribo, propulsada por el desquite.
Se habla de que Trump es un sujeto impredecible y, en efecto, sus modos de presunto negociador estrella (uno se pregunta, miren ustedes, cómo es que tamaños talentos no se han reflejado en sus nada florecientes negocios) se asientan en no mostrar en ningún momento sus cartas, por no hablar de mandar señales totalmente contradictorias, según el día de la semana, la temperatura exterior o las viandas del desayuno.
Pero, justamente, si algo pudiere quedar palmariamente asentado, es que el tipo, con la asistencia de una corte de zalameros incondicionales, está siguiendo un metódico plan de represalias. Ha comenzado a cortar cabezas a diestra y siniestra, se propone dinamitar la estructura de contrapesos que puedan representar el más mínimo estorbo a sus designios (aquí ya no es tanto que busque una reparación a su orgullo maltratado, sino que se trata de una muy calculada estrategia para acumular más poder personal) y tiene en la mira ni más ni menos que a todo el entramado gubernamental de su nación, pretextando que es muy costoso.
Para consumar la suprema revancha, ha hecho una muy cuidadosa selección de operadores: absolutos incondicionales, desde luego, pero, sobre todo, desalmados canallas.