¿No comprarles nada, pero sí venderles a ellos?

Tenemos que consumir más productos mexicanos, nos dicen ahora. Es una tarea un tanto complicada porque buena parte de lo que usamos en la vida diaria —el esclavizante esmartófono, el coche (en caso de ser un feliz poseedor; o, más bien, no tan feliz, por padecer el infernal tráfico en las calles), los utensilios y los gadgets— es fabricado fuera de nuestras fronteras o, en el mejor de los casos, lo ensamblan aquí empresas de otras proveniencias.

Los lectores de certificada oriundez nacional que puedan estar deletreando estas líneas están condenados —algunos de ellos, en todo caso— a sobrellevar sentimientos de amargura, mortificación y desconsuelo, en ese orden preciso. Pero ¿por qué? Pues, miren ustedes, por la existencia de un país llamado Corea del Sur.

Me permito explicarles a ustedes la cuestión: ocurre que hace unos 40 años, esa nación era más atrasada que Estados Unidos Mexicanos. O sea, declaradamente subdesarrollada y con gente pobre. Pellizquémonos el antebrazo para volver al presente, por si la evocación de aquella realidad nos hubiera llevado a algunas ensoñaciones, y no sólo constatemos cómo está la antedicha Corea hoy sino que comparémosla, pues sí, con un México en cuyo paisaje no se vislumbra ninguna rúbrica como Samsung, Hyundai, LG o Kia, por no hablar de que en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) la nación asiática ocupa el lugar 19 mientras que nosotros nos encontramos en la posición 77.

El asunto, volviendo al tema de la autarquía como un gran logro a alcanzar, es que para que los productos mexicanos nos los encontremos hasta en la sopa tendríamos que producirlos primero. Todos, oigan, desde el comal y la olla hasta el cobertor eléctrico, pasando por la tablet con la que los padres desobligados entretienen al mocoso y la patineta eléctrica que usan los urbanitas concientizados en lo del medio ambiente.

Y, pues no, no hay una sola marca mexicana de autos ni tampoco alguna que produzca laptops de gama media que puedan competir con las que inundan nuestro mercado. Devoramos tortillas de maíz y frijoles y chilitos, degustamos cervezas orgullosamente autóctonas (bueno, la trasnacional Anhe-Busch InBev es la dueña de Grupo Modelo y la compra por parte del grupo belgo-brasileño figuró en los registros comerciales como “inversión extranjera directa”, lo que parece un mal chiste) y compramos calzado fabricado en León, Guanajuato, pero a la hora de adquirir un televisor o de contratar un plan para renovar el celular, Apple, Sony y Samsung son los que asoman la cabeza. 

Pero, otra cosa, sobre todo. Resulta que si todos los países del mundo quisieran, al igual que nosotros, consumir nada más lo que producen, entonces no comprarían tequila, ni tomates de Sinaloa, ni aguacates de Michoacán, ni artesanías de Oaxaca, ni bicicletas hechas en Monterrey… Y, si nos volviéramos como Corea, tampoco nos serviría de nada. ¿Eso es lo que queremos? 


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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