Vivimos en el país del casi. Todo está casi bien, casi listo, casi resuelto. Y así nos vamos resignando, celebrando avances mínimos y tolerando retrocesos profundos. Tamaulipas no es la excepción: vivimos en un estado donde las promesas gubernamentales se quedan a medio camino y las soluciones apenas rozan la superficie.
Casi funciona el sistema de salud, aunque en muchas clínicas no hay médicos ni medicinas, las voces de inconformidad son permanentes.
Lo mismo ocurre en el rubro de educación ante la falta de maestros y una infraestructura en mal estado, y en donde los responsables son las istraciones pasadas.
El más claro botón de la situación que se vive en la entidad en el ámbito escolar, ha sido la salida de la titular de educación, Lucía Aimé Castillo, más por pugnas con el sindicato magisterial que por otro motivo y que el enroque difícilmente será en beneficio del sistema escolarizado.
Casi hay seguridad, aunque el miedo sigue marcando la vida en muchas regiones. Casi se combate la corrupción, pero los escándalos siguen apareciendo como si fueran parte del paisaje. Casi hay transparencia, aunque los informes oficiales se esconden tras cifras maquilladas.
Los gobiernos municipales, estatales y federales nos han acostumbrado a esa mediocridad disfrazada de gestión. Nos prometen que “ahora sí”, que “ya merito”, que “estamos trabajando”. Pero en los hechos, el ciudadano sigue esperando: obras inconclusas, servicios ineficientes, justicia tardía.
Y lo más preocupante es que la sociedad también se ha adaptado a este ritmo. Hemos aprendido a conformarnos con lo mínimo. Nos tranquiliza saber que no estamos peor, aunque merezcamos estar mucho mejor. Nos hemos vuelto expertos en sobrevivir en vez de exigir lo que nos corresponde.
Pero vivir del casi es vivir en la mediocridad. Y un país que se resigna a eso, está condenado a repetir sus errores.
México y Tamaulipas no pueden seguir atrapados entre lo que casi fue y lo que casi logramos. Ya es tiempo de exigir gobiernos que cumplan, instituciones que funcionen y una ciudadanía que deje de conformarse con las migajas del poder.
Porque en el país del casi, lo único que sí llega completo es la factura que todos pagamos por tanta omisión.