En nuestro país cada año, el 15 de mayo, celebramos a las maestras y maestros que en todos los niveles y ámbitos del conocimiento se dedican a transmitir la cultura, la ciencia, la historia y las humanidades que en diez mil años de historia escrita los humanos hemos conjuntado.
La educación es una de las formas más potentes que el hombre ha estructurado para potenciar el conocimiento y la cultura. La labor en el aula (el encuentro áulico) entre maestro (a) y alumnos (as) aún no ha sido superado por ningún medio tecnológico, llámese de cualquier forma, para insertar en el medio familiar y social al pequeño ser humano que desde los tres años comienza su formación escolar y que en muchos casos terminará en la carrera universitaria o el posgrado. Todo depende de la situación familiar y socioeconómica-cultural de esa persona. Algunos cursarán sólo la elemental, otros llegarán al nivel medio superior, y otros más al superior.
En los países anglosajones la raigambre y prestigio de las escuelas donde se lleve a cabo este proceso de vida del (la) niño (a) y joven, es fundamental para definir el futuro que tendrá esa persona. Entre más prestigiosas y caras (privadas, por supuesto) sean esas escuelas en que se formó el educando, más posibilidades tendrán de formar parte de las élites económicas, políticas y culturales de esa nación. Así pasa en Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, etc. Canadá es una excepción que confirma la regla, dada por su conformación bicultural anglo-sa, donde mayoritariamente la educación es pública y hace una diferencia en el ámbito de vida de los canadienses producto de los objetivos de un estado de bienestar.
En nuestro país el estado se ha venido desentendiendo de su compromiso con la educación pública, desde que Carlos Salinas, con el neoliberalismo, le abrió la puerta legal y constitucionalmente a la educación privada, a fin de que el negocio se hiciera presente. Los títulos universitarios que antes solo expedían instituciones públicas pudieron expedirse por las privadas sin ningún problema.
Simple y sencillamente hay que voltear a ver el presupuesto público destinado a la educación, como porcentaje del PIB, para comprender a cabalidad esta situación. Y la tajada del pastel que las escuelas e instituciones educativas del sector privado han ido absorbiendo. Se nos intentó argumentar en aquel tiempo que el estado no podía atender a la totalidad de la población que venía demandando el servicio público educativo. Sin embargo, durante mucho tiempo el artículo 3ro constitucional (1917) fue burlado, dado que desde 1940 la educación fue paulatinamente permitida a entes privados e inclusive religiosos.
En cualquiera de los dos supuestos: educación pública o educación privada; la labor fundamental recae en la relación mentor-educando. En nuestro país, las maestras y maestros, atienden con carencias institucionales y las propias de los (as) alumnos (as) una labor imprescindible: hacer viables a las nuevas generaciones, a través del compromiso, la constancia, perseverancia, cariño y dedicación a una de las labores más nobles que el ser humano ha creado.
En Japón aquellos que ejercen la docencia son venerados como grandes mujeres y hombres. La sociedad y el estado reconocen su callada, pero trascendente labor. En nuestro país el maltrato es constante: bajos sueldos y prestaciones. Cambios legales y normativos injustos y retroactivos. Poco apoyo institucional y falta de reconocimiento social hacen de la labor profesional y social de quienes se dedican al magisterio una actividad incomprendida.
Aun así, quienes desarrollan y ejercen esta noble actividad, lo hacen porque su vocación les llama, y porque su compromiso con las nuevas generaciones es inquebrantable. Las maestras y los maestros de México merecen más que lo que hasta hoy han recibido del estado (en la pública), y sus patrones (en la privada).
¡Felicidades a las maestras y maestros de México!
