Espero que no tomen mi entusiasmo como “apropiación generacional”. Quizá sí lo es, pero debo itir que la presencia recién anunciada de Chappell Roan en el Corona Capital me emociona a tal grado que estoy más que dispuesta a luchar contra las multitudes con gusto (la última vez que sentí esto fue con Robbie Williams en 2018) por ver a mi más joven artista favorita de estos tiempos.
Eso no ocurre seguido. Por supuesto que con el pasar de las generaciones hemos visto llegar artistas como Beyoncé, Lady Gaga, Adele y Taylor Swift que queda claro que son grandes y llegaron para quedarse. Las amo a todas. Pero como firme hija de los 80, veo algo en Kayleigh Rose Amstutz (Chappell) que me emociona de una manera muy particular.
Sé que la han comparado mucho con Gaga y Lana Del Rey, pero para mí es más una artista estilo Cyndi Lauper; capaz de generar una alegría absoluta basada en la rebeldía solidaria, con una gran historia de lucha en la industria a su corta edad y muy, muy buena música pop.
El 2024 fue toda una revelación respecto a este género, y sabe a qué muchas de estas artistas sí se van a quedar por mucho tiempo. Pero en especial me emociona Chappell Roan por sus composiciones, por su historia de lucha, derrota e inesperado éxito retroactivo con las disqueras, y por el hecho de que nada me pone de mejor humor estos días que escuchar “Pink Pony Club”.
Siendo una chica queer de un pueblo chico, hay muchas historias que esta artista de 27 años ha logrado compartir. Suena como el pop más clásico de los 80 cuando el género se respetaba y reinaba la calidad.
